La pelea, David Mena

sábado, 30 de abril de 2011
La pelea, Peter Howson

LA PELEA

«He llegado hasta aquí para poner las cosas en su sitio», me dijo, tumbándome en el suelo de un puñetazo, «o asumimos todo ahora o tendremos que estar huyendo siempre, las cosas han cambiado». Y mientras me decía esto me golpeaba las costillas: «Los temas recurrentes se llenan de niños y domingueros, y quien habla del amor encuentra sombras huyendo por los pasillos, hablar de lo vivido es recibir a las visitas en ropa interior, y de nada sirve acudir a llorar a las imprentas».
«Yo he venido», me decía cogiéndome ahora por el cuello de la camisa y empujándome contra la pared, «yo he venido para bailar sobre los tejados ardiendo, para llenar de tubos fluorescentes el olvido, y para que bañados en gasolina crucemos sonrientes el infierno cada mañana».


David Mena, La novia de King Kong, Berenice, Córdoba, 2011, página 167.

[Todo empezó...], Rubén Abella

jueves, 28 de abril de 2011
Casa abandonada 103, Kevin Bauman


Todo empezó con las pintadas obscenas. La nueva maestra pidió ayuda a la policía, pero las pesquisas un tanto desganadas de los agentes del orden no condujeron a nada. Luego vinieron las ventanas apedreadas, las cartas anónimas, los mensajes en la mesa del aula. Todo Kintampo fue interrogado, pero resultó imposible descubrir al culpable. Un mes después de su llegada la maestra se encontró las gallinas degolladas en el jardín. Aterrada, recogió sus cosas y se marchó.

Samuel, su vecino, la vio alejarse cargada con las maletas y, una vez más, sintió fuego en su interior. Poseído por el temblor del deseo, entró en la cocina y llenó un vaso de agua. Mientras bebía pensó en su mujer, en sus hijos, en los vecinos. Convencido de que había hecho lo correcto, dejó el vaso en el fregadero y rompió a llorar.


Rubén Abella, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, p. 43.

Lo que nos queda, José Francisco Varela Rial

martes, 26 de abril de 2011



LO QUE NOS QUEDA


Ser
_____en esta oscuridad,
como una vela se desprende
_____de la luz.




José Francisco Varela Rial, Itinerarios, Devenir, Madrid, 2010, p. 67.



No es hora de fantasmas, Juan Gracia Armendáriz

sábado, 23 de abril de 2011
NO ES HORA DE FANTASMAS

Yo viví en una casa embrujada. No era la casa tomada que Cortázar narró a modo de pesadilla, ni la casa Usher, cuya arquitectura prefiguró el hundimiento moral de Poe, aunque su disposición —paredaña a un parque abandonado— hacía prever su potencial de calamidad. Lo cierto es que aquella casa triste y tarada era conocida en la colonia, aunque nadie nos advirtió, y los dueños evitaron mencionar los detalles de otras desgracias más dolorosas acaecidas en su interior. A ciencia cierta, yo nunca vi nada anormal, pero sentí el daño. En realidad, todos sentimos el daño. No mencionaré los golpes, ni las imprecaciones nocturnas, tampoco los vasos rotos —ese compendio de anormalidades para amantes del más allá—, pero lo cierto es que al cabo de un año la desgracia se había apoderado de todos. Y no estaba más allá, sino más acá: papá empezó a beber más que nunca, perdió su trabajo y compró un revólver que esgrimía contra las sombras, mamá se recluyó en la luna de su espejo. Mi hermana se extravió en un laberinto de melancolía, y yo mismo fui presa de un furor místico. Sólo mi hermano mayor mantuvo la entereza para hacer las maletas y meter en el coche a aquella familia de locos. Luego de conducir durante horas, se detuvo en una gasolinera, abrió las puertas del coche y cada uno corrió en una dirección opuesta.

Casa junto a la vía, Edward Hopper


Juan Gracia Armendáriz, Cuentos del jíbaro, Demipage, Madrid, 2008, páginas 77-78.

Tragedia griega, David Mena

jueves, 21 de abril de 2011
Orestes perseguido por las Furias, William-Adolphe Bouguereau

TRAGEDIA GRIEGA

Dime qué hace aquí tu madre con sus maletas, los niños jugando con esos juguetes baratos, por qué frunces el ceño así, y qué hace toda esta gente cantando.


David Mena, La novia de King Kong, Berenice, Córdoba, 2011, página 59.

Ataraxia, Sergi Pàmies

martes, 19 de abril de 2011
ATARAXIA

El hombre llega al servicio de urgencias. Después de una larga espera, una doctora perjudicada por el estrés le pregunta qué síntomas presenta. Él describe el vértigo, la taquicardia, los ataques de angustia, la permanente sensación de dulzura en la boca y, suponiendo que eso sea posible, en el alma. Lo auscultan. Le toman la tensión. Le examinan las pupilas —convencidos de encontrar pruebas de consumo psicotrópico— y ordenan un electrocardiograma, un análisis de sangre, una ecografía y un TAC. «Para descartar», le dice la doctora sin entender que, mientras no lleguen los resultados, el hombre alimentará las hipótesis más adversas. En las horas posteriores, alterna momentos de autocontrol y de pánico. Tumbado en la camilla, busca en los males de los demás pacientes consuelo para animarse. Cuando le sacan sangre, procura no mirar la jeringa. Cuando le introducen dentro del cañón radiológico que debe inspeccionarle el cerebro, memoriza lo que acaba de leer en un cartel informativo de la sala de espera: «la tomografía axial computerizada —TAC— explora, de manera incruenta, regiones antes inaccesibles». En el momento de informarle, la doctora le transmite una inexperiencia que se desvanece cuando le comunica que, en adelante, se ocupará de su caso un cirujano que, al llegar, aporta un punto de vista mucho más resuelto y sensato. El tono de voz, la confianza en sí mismo, el dinamismo, todo suma, hasta el punto de que, aunque no sabe exactamente qué le han encontrado, el hombre ya desea que le operen. El cirujano quiere saber cuándo comió por última vez, pide que localicen al anestesista y le cuenta, muy por encima, la naturaleza de sus males. Por lo que el hombre llega a entender, sus constantes vitales y los análisis obligan a intervenir de inmediato: en la ecografía aparece una imagen que podría confirmar algunos de los marcadores sanguíneos adversos. En otras circunstancias, seguirían haciendo pruebas pero, confrontados los pros y los contras, prefieren equivocarse por acción que por omisión. La persuasión pedagógica del cirujano surte efecto. Si estar en buenas manos signfica algo, así es como se siente. Cuando lo trasladan a la zona de quirófanos, el paisaje se modifica: allí nadie protesta, ni se lamenta, ni delira, y la enfermera que le introduce una vía de alimentos y medicación en la vena tiene una actitud reconfortante. Durante la operación, el hombre acumula percepciones que no recordará once horas más tarde, cuando recupere la conciencia. Si pudiera analizarlas, se daría cuenta de que no ha vivido ningún peligro y que las sensaciones han sido más sonoras que visuales, como si su cerebro fuera una radio incapaz de mantenerse en un determinado punto del dial: melodías interrumpidas, interferencias, aplausos, señales horarias, nada que guarde relación con los sueños o los efectos de la fiebre. Al despertar, nota la mordedura de los puntos en la cicatriz. Le duele tragar saliva —pero, por lo menos, ya no es dulce—, y concentrarse en lo que le dice el cirujano aún le duele más. A juzgar por el tono de voz y la expresividad de la mirada del doctor, el hombre interpreta que la operación ha sido un éxito y que, cuando empiece a recuperarse, ya tendrán oportunidad de comentarlo. A través de lo que escucha a su alrededor, deduce cuáles deben ser las prioridades inmediatas: descansar y dormir. Cuanto más dueme, sin embargo, más cansado se siente, hasta que, pasado un tiempo incuantificable, ya no se limita a dejarse llevar por la extenuación sino que participa con fugaces descargas de voluntad. A partir de ese momento todo se acelera. Le quitan los puntos y la sonda, le ayudan a levantarse, le cambian de dieta y lo someten a una fisioterapia de recuperación. El hombre responde a los tratamientos y, cuando se aburre, revive mentalmente la visita informativa del cirujano. Llevaba un frasco de cristal con dos masas deformes dentro sumergidas en formol, como babosas hipertrofiadas por una mutación de laboratorio. «Esto es lo que ha estado a punto de acabar con usted», recuerda que le contó el cirujano con la satisfacción del cazador que regresa a casa con un jabalí. El hombre contempló las babosas —una verde, la otra amarillenta— con una expresión de repugnancia y de incredulidad y, antes de que pudiera preguntar nada, el especialista respondió: «Son la nostalgia y la esperanza. En según qué organismos, pueden desarrollarse hasta anular las otras funciones vitales y provocar una muerte extremadamente dolorosa.» Dos semanas más tarde, mientras se cambia para ponerse la misma ropa que llevaba al llegar al hospital, el paciente mira por la ventana. Una avioneta publicitaria sobrevuela la ciudad arrastrando la sonrisa de un candidato. El hombre comprueba que lleva las llaves y la cartera y se sorprende de que esté todo. Se despide de las enfermeras, se lleva el informe, agradece las atenciones recibidas y, como el ascensor no funciona, baja por las escaleras despertando las agujetas propias de la convalecencia. En el momento de darle la dirección al taxista, no siente nada en especial. Por la ventanilla, ve desfilar edificios, monumentos, vehículos mal aparcados y contenedores. Como le han extirpado la nostalgia, no le pesa la inercia hacia unos recuerdos alterados por el poder transformador de la memoria. Como no tiene esperanza, no invierte ninguna energía en proyectarse hacia un futuro improbable. Liberado de la dulzura física y anímica que tanto le torturaba —había llegado a combatirla con cucharadas de mostaza—, saborea su saliva, felizmente insípida.


Nostalgia del infinito, Giorgio de Chirico



Sergi Pàmies, La bicicleta estática, Anagrama, Barcelona, 2011, pp. 73-77.

Fe de ida, Jorge Urrutia

lunes, 18 de abril de 2011
FE DE IDA

Ha comprendido que sólo es un aroma
que soportó los años,
un recuerdo, una huella, una leyenda
de boca en boca dicha,
figura hecha de aire,
una perdida sombra.

¿Qué quedaba en Ítaca de Ulises
el día del regreso?
Era llanto del padre, suspiro de Penélope,
deseo de Telémaco.
Acudió sabio el perro a lamerle la mano.
Los perros, sin embargo, carecen de memoria.

Hombre con un perro, Francis Bacon


Jorge Urrutia, Ocupación de la ciudad prohibida, Calambur, Madrid, 2010, p. 83.

Un frente estable, Juan Gracia Armendáriz

domingo, 17 de abril de 2011
Verde sobre azul, Mark Rothko

UN FRENTE ESTABLE

No es necesario haber leído muchos libros para saber que la condición de la dicha, como todo lo humano, es inestable. Lo importante, a fin de cuentas, es no perder de vista jamás el principio según el cual la desgracia, a diferencia de la dicha, presenta una rara y contumaz tendencia a la estabilidad.


Juan Gracia Armendáriz, Cuentos del jíbaro, Demipage, Madrid, 2008, página 41.

En este mismo instante (en la ciudad), Nach

viernes, 15 de abril de 2011
EN ESTE MISMO INSTANTE (EN LA CIUDAD)

La ciudad.

En este mismo instante alguien se despierta en la ciudad
y alguien cierra sus ojos para dormir,
o para soñar,
o simplemente para no ver su realidad.
Alguien espera en una esquina
y alguien camina sin rumbo calle abajo.
Una pareja discute
y un ejecutivo corre hacia su puesto de trabajo.

En este mismo instante alguien se besa
bajo la tenue luz de una farola,
alguien mata y guarda su pistola.
Una mujer enciende su gramola
y aquella antigua canción no la hace sentir tan sola.
Un anciano dice "hola"
y un recién nacido dice "adiós" o "hasta nunca" o "hasta siempre"
mientras alguien de repente siente
que una vida crece dentro de su vientre.
Una chica despide de su novio en un andén
mientras se sube a ese tren que acelera trepidante,
alguien distante bucea en vasos de vodka uno tras otro
y otro y otro y ya van doce.
Una niña se mira en un espejo y apenas se reconoce,
un marido se corre en la boca de una mujer que no conoce.

En este mismo instante un estudiante cierra un libro
y sabe que lo aprendido le hace sentir más sabio
y también más confundido.
Una mirada se cruza entre dos desconocidos
que si se hubieran conocido serían el uno para el otro.
Alguien vende su cuerpo
y alguien compra medicamentos para perder parte de él.

En este mismo instante un chico rico
se mete un pico para sentirse a salvo
y un chico pobre se mete en un equipo
para ser como Cristiano Ronaldo.
Alguien haya resguardo en el sueldo de un trabajo fijo,
y alguien en un crucifijo
y alguien en el cobijo de un cartón que sirve de escondrijo.

En este mismo instante un hijo ejemplar
es feliz comiendo regaliz,
y una madre sabe que su amor no será barniz
ante otra cicatriz de su hijo problemático.

En este mismo instante alguien abre un regalo,
y alguien un bote de barbitúricos.
Alguien abre su mente y alguien sus piernas,
alguien dice "no me dejes nunca"
y alguien dice "no quiero que vuelvas"

En este mismo instante alguien da un abrazo
y alguien un puñetazo,
alguien está sintiendo los ojos del rechazo
por ser demasiado oscuro o inteligente o gordo o afeminado.
Alguien anda abandonado con la mente perdida
y alguien se siente perdidamente enamorado.

En este mismo instante un presidiario
charla consigo mismo, tan solitario.
Una familia numerosa se sienta a cenar.
Lo único que se oye es el telediario.

En este mismo instante alguien está viviendo
su más mágica experiencia
y alguien sube a una ambulancia de camino a urgencias.
Alguien está dando clase,
alguien tumbos.
Alguien está dando las gracias
y alguien gritos de socorro.

En este mismo instante una pareja folla apasionadamente
y un ejecutivo sale de su puesto de trabajo.
Alguien sigue esperando en esa esquina
y alguien camina sin rumbo calle arriba.

En este mismo instante
alguien se despierta
y alguien cierra sus ojos.

La ciudad.

Metrópolis, George Grosz


Nach, Mejor que el silencio, Universal, 2011.

[La pistola], Haruki Murakami

jueves, 14 de abril de 2011
—Necesito una pistola —dijo Aomame con voz seria—. Una que quepa en un bolso. Que tenga poco retroceso, pero que sea bastante potente y que me garantice el éxito. No quiero réplicas de juguete, ni copias de fabricación filipina. Sólo voy a utilizarla una vez. Con una bala debería ser suficiente.
Se hizo un silencio durante el cual Tamaru no apartó la mirada ni un momento de la cara de Aomame. No movió los ojos ni un milímetro. (...)
—Suponiendo que estuviera en situación de poder conseguírtela, lo lógico sería, probablemente, que te preguntara a quién tienes intención de disparar con el arma.
Aomame señaló su propia sien con el índice.
—Aquí, tal vez. (...)
—Chéjov dijo una vez —comentó Tamaru levantándose lentamente—: «Cuando en una historia aparece un arma de fuego, ésta deberá ser disparada».
—¿Qué quiere decir?
Tamaru se levantó para colocarse frente a Aomame y le habló. Él era unos centímetros más alto.
—Que no debe utilizarse un accesorio innecesario en medio de una historia. Si aparece una pistola, en algún momento de la historia es necesario dispararla. Chéjov prefería escribir obras desprovistas de florituras inútiles.
Aomame estiró de las mangas de su vestido y se echó el bolso bandolera al hombro.
—Entonces, eso es lo que te preocupa: que si surge una pistola quiere decir que, sin lugar a dudas, en un momento dado va a ser disparada.
—Visto desde la perspectiva de Chéjov.
—Y por eso preferirías no tener que conseguirme un arma.
—Es peligroso e ilegal. Y además Chéjov es un autor en el que se puede confiar.
—Pero esto no es una historia, sino el mundo real.
Tamaru entornó los ojos y miró fijamente a la cara a Aomame. Luego abrió poco a poco la boca.
—¡Quién sabe!

Pistola andante, Laurie Simmons


Haruki Murakami, 1Q84 (Libros 1 y 2), Tusquets, Barcelona, 2011, pp. 411-415.

[El color de las flores], Ono no Komachi

miércoles, 13 de abril de 2011


El color de las flores
ya pasó en vano,
mientras mi cuerpo
pasaba por este mundo
mirando las largas lluvias.



Ono no Komachi



Torquil Duthie (editor), Poesía clásica japonesa [Kokinwakashū], Trotta, Madrid, 2005, página 59.

La pesca, Albert Camus

martes, 12 de abril de 2011
LA PESCA

Es conocido el chiste del loco que estaba pescando en una bañera. Un médico con ciertas nociones psiquiátricas le preguntó: "¿Hay pique?”. El loco le respondió con rigor: "Claro que no, imbécil, ¿no ves que es una bañera?”

Albert Camus, El mito de Sísifo

Desnudo en la bañera y perrito, Pierre Bonnard


Eduardo Berti (editor), Historias encontradas, Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2009.

Hegel, Fabián Casas

lunes, 11 de abril de 2011
HEGEL

Me pregunto si la desesperación
es igual para todos.
Si Hegel, cuando se sintió morir
se sintió realmente morir
o intuyó una síntesis implacable
más allá de su cuerpo.
De todas formas, se hace difícil
no vivir en el miedo;
conozco gente que desea ser amada
y gasta su tiempo en los flippers.

Jugando al pinball en en el Club Serbio de los trabajadores siderúrgicos de Aliquippa, Pensilvania, Jack Delano


Fabián Casas, Horla City y otros (Toda la poesía 1990-2010), Emecé, Buenos Aires, 2010, p. 49.

La herida, Luis Alberto de Cuenca & David Mena

sábado, 9 de abril de 2011
LA HERIDA

Nada, ni el sordo horror, ni la ruidosa
verdad, ni el rostro amargo de la duda,
ni este incendio en la selva de mi cuerpo
que amenaza con no extinguirse nunca,
ni la terrible imagen que golpea
mis ojos y tortura mi cerebro,
ni el juego cruel, ni el fuego que destruye
esa otra imagen de armonía y fuerza,
ni tus palabras, ni tus movimientos,
ni ese lado salvaje de tu calle,
impedirán que encienda en tu costado
la luz que da la vida y da la muerte:
tarde o temprano sangrará tu herida,
y no será momento de hacer frases.
Luis Alberto de Cuenca



El incendio, René Magritte


LA HERIDA (VARIACIÓN DE UN TEMA DE LUIS ALBERTO DE CUENCA)

Pero se cerró tu herida y de golpe pasaron los días como una bandada enloquecida de cuervos. Pronto, uno tras otro, fueron sucediéndose en fila todos los tipos que he sido para mirarse cómo iban arrojándose, junto a la luz y los recuerdos de aquel tiempo, al fondo de la memoria.

Y puede que tanta palabra resulte inútil, pero te has ido y vuelvo a estar paseando solo en este jardín amargo que forman las horas. Poco más, juntando palabra tras palabra, como un idiota. Tu herida se ha cerrado. Tomo asiento, saco unas cuartillas, busco el bolígrafo de entonces. Pasó aquello que era la vida, ha llegado, me digo, el momento de hacer frases.


David Mena, La novia de King Kong, Berenice, Córdoba, 2011, página 63.

Lo que ocurre en las nubes, ocurre también en nuestra casa, Luis García Montero

jueves, 7 de abril de 2011
El sueño, Marc Chagall


LO QUE OCURRE EN LAS NUBES, OCURRE TAMBIÉN EN NUESTRA CASA

No te voy a pedir el corazón que llevas
escondido debajo de tu ropa de invierno.
Solamente esperaba, como leña reunida,
para arder en el fuego que calienta tus manos.
Quiero esconder tu noche, tu sed, tus libramientos,
tu vivir en las sílabas que componen tu nombre,
tu quedarte dormida, tu me voy a la cama,
tu silencio acostado, mi silencio acostado,
las cosas que me pasan cuando sueñas conmigo.



Luis García Montero, Un invierno propio, Visor, Madrid, 2011.

Sección de sucesos. El juego de los apellidos, David Mena

martes, 5 de abril de 2011
SECCIÓN DE SUCESOS. EL JUEGO DE LOS APELLIDOS

Con la guía telefónica abierta sobre las piernas, el auricular apoyado entre el hombro y la oreja, y el dedo saltando caprichosamente a un lado y a otro de una página de la guía telefónica, vuelve a empezar el juego de los apellidos.

García Galán, Elena, 912 379 953.
García Gutiérrez, Marina, 910 234 356.
García Gómez, Marta, 910 896 562.
García Hernández, María Luisa, 910 236 695.

...
Me pregunto quién me colgará, quién me dirá que no, quién no podrá tomar el teléfono, quién de ellas me entregará finalmente su cuerpo y su corazón. De nuevo siento aquella ilusión, camisas planchadas, zapatos nuevos y palabras delicadas. Con inusitado entusiasmo vuelvo a hacer sitio otra vez en el arcón frigorífico.

Nevera, Jason Jones


David Mena, La novia de King Kong, Berenice, Córdoba, 2011, página 75.

Siento un pinchazo, Miguel Ángel Zapata

lunes, 4 de abril de 2011
Esto es un trozo de queso, René Magritte


SIENTO UN PINCHAZO

El peligro de los Rayos-X, su naturaleza soplona e indiscreta.
Nunca debí saber del queso en forma de corazón que ocupa, ligeramente escorado a la izquierda, el espacio que correspondería a la sanguinolenta víscera bajo mi pecho.
Tampoco debieron decirme que ahí dentro el ratón mordisquea con sus incisivos un pedacito de ese gruyère cada vez que ellas me abandonan, cuando pierdo mi empleo, al fracasar por enésima vez mi equipo en su conquista del campeonato.


Miguel Ángel Zapata, Baúl de prodigios, Traspiés, Granada, 2007, pp. 24-25.

El estafador de abismos, Emil Cioran

domingo, 3 de abril de 2011
De "El estafador de abismos":


No he encontrado en el edificio del pensamiento ninguna categoría sobre la que reposar mi frente. En cambio, ¡qué almohada el Caos!

***

Objeción contra la ciencia: este mundo no merece la pena ser conocido.

***

Que haya o no solución a los problemas, eso no preocupa más que a una minoría; que los sentimientos no tengan ninguna salida, que no desemboquen en nada, que se pierdan en ellos mismos, he ahí el drama inconsciente de todos, el insoluble afectivo que cada uno sufre sin pensar en él.

***

Hacia una sabiduría vegetal: abjuraría de todos mis terrores por la sonrisa de un árbol...

Manzano, Georg Baselitz


E. M. Cioran, Silogismos de la amargura, Tusquets, Barcelona, 1990.