Afluentes, David Leo García

domingo, 31 de marzo de 2013

Naufraga en mí, Rik Garrett
 

AFLUENTES


En ti comienzo cuando en mí terminas.




David Leo García, Dime qué, DVD, Barcelona, 2011, p. 62.

[Cansado de escribir sobre pájaros...], Juan Carlos Moisés

sábado, 30 de marzo de 2013
Algunas decepciones con grandes ideas, Paula Swisher

Cansado de escribir sobre pájaros
de verlos escucharlos cada mañana
de leer sobre pájaros
suaves y rápidos cansado
cansado de esa imagen repetida
acabé con todos
los pájaros del vecindario
después acabé con los pájaros de los poemas
después con los poemas
y por último soñé
soñé que yo era un gran pájaro.

y no me animé
bajé el caño del revólver.         


                                   Juan Carlos Moisés

Vidas imaginarias, Roger Wolfe

viernes, 29 de marzo de 2013
Hombre y ventana, Richard Diebenkorn
 
VIDAS IMAGINARIAS

Una chica sola, a lo lejos,
en la calle. Sé que es guapa;
mi olfato visual es infalible.
Podría coger los prismáticos
y mirarla más de cerca.
Pero no estoy para actividades
hitchcockianas esta tarde.
Al margen de que solas no están nunca.
No hay chicas guapas solas.
Eso sólo pasa en las películas.
De hecho, si esto fuera una película, yo bajaría,
seguiría a esa chica, la abordaría,
y muy pronto habría florecido entre nosotros
un bello romance, o por lo menos
una excitante historia de cama
(que es al fin y al cabo lo que importa).
Pero eso son películas. Todo mentira.
Como esta inútil vida imaginaria
de quien se dedica a mirar por las ventanas.



Roger Wolfe, Gran esperanza un tiempo.

[Echado en la baranda de la vida...], Juan Ramón Jiménez

jueves, 28 de marzo de 2013
Vida inconsciente, Julie de Waroquier

 
Echado en la baranda de la vida,
mira mi alma pasar el largo
río del tiempo.

Echo al agua una flor,
le pienso
una duda más bella,
le contemplo
una luz más divina,
la dejo
pasar, sin verla.
Me duermo...

En sueños, oigo el agua
correr, correr, correr.
                                  La sueño.
Y entonces ella me ve a mí
corriendo, cada noche, muerto...



Juan Ramón Jiménez, Idilios, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2013.

[Las ovejas], Javier Moreno

miércoles, 27 de marzo de 2013
 El Roto (24/03/13)


   España era un país con una historia de terrorismo a sus espaldas que había estigmatizado por tanto cualquier forma de violencia. A ello se añadía la educación de varias generaciones en valores como la no violencia y la tolerancia bajo lemas tan espurios y conservadores como la violencia no lleva a ninguna parte; una clase de nivel elemental de historia universal serviría para desmentir todas y cada una de aquellas memeces. Una población adoctrinada con los más altos valores de la tolerancia y el pacifismo y apesebrada en un redil mediático y cultural de mediocridad en manos de unas élites económicas y políticas sin escrúpulos educadas en la competitividad y en la ley del más fuerte. Eso era España. Ni siquiera había pastor. Los lobos se habían puesto a cuidar directamente de las ovejas.


Javier Moreno, 2020, Lengua de Trapo, Madrid, 2013, p. 59.

Aprendizaje del espejo, Felipe Benítez Reyes

martes, 26 de marzo de 2013
Volvemos a encontrarnos, viejo amigo, Tommy Ingberg


APRENDIZAJE DEL ESPEJO

Llega el momento en que no es verdadera
la imagen que tú ves
ni la que se refleja allí: se trata
de una lectura moral
de lo representado.
                              No eres
ese que eres. No eres tú,
en tus derivas. El espejo adelanta,
como algunos relojes, y se produce
un efecto discordante de anticipación:
la imagen que presagia la final, la venidera,
el punto sin retorno hacia no sabes
dónde, aunque lo sabes,
y toda la extrañeza de quien eres,
y toda la extrañeza de quien fuiste.

¿Lo que viene? Ya ves.
Lo que se fue, ¿de quién era?

Tu tiempo contra ti. Tú desde el tiempo.



Felipe Benítez Reyes, Las identidades, Visor, Madrid, 2012.

[La tierra vacía], John Steinbeck

lunes, 25 de marzo de 2013
La unión de mundos, Michael Vincent Manalo



   Los estados del oeste, nerviosos ante el cambio que comienza. Texas y Oklahoma, Kansas y Arkansas, Nuevo México, Arizona, California. Una familia expulsada de su tierra. Padre pidió el dinero prestado al banco, y ahora el banco reclama la tierra. La compañía de tierras —es decir, el banco cuando posee tierra—, no quiere familias para trabajarlas, quiere tractores. ¿Es algo malo un tractor? ¿No es buena la energía que abre los largos surcos? Si el tractor fuera nuestro, seria algo bueno, no mío, sino nuestro. Si nuestro tractor abriera los surcos de nuestra tierra, seria bueno. No de mi tierra, sino de nuestra tierra. Entonces podríamos amar ese tractor igual que amamos esta tierra cuando era nuestra. Pero el tractor hace dos cosas: remueve la tierra y nos expulsa de ella. Apenas hay diferencia entre el tractor y un tanque. Los dos empujan a la gente, la intimidan y la hieren. Hemos de pensar en esto.
   Un hombre, una familia, obligados a abandonar su tierra; este coche oxidado que cruje por la carretera hacia el oeste. Perdí mis tierras, me las quitó un solo tractor. Estoy solo y perplejo. Y por la noche, una familia acampa en una vaguada y otra familia se acerca y aparecen las tiendas. Los dos hombres conferencian en cuclillas y las mujeres y los niños escuchan. Éste es el núcleo, tú que odias el cambio y temes la revolución. Mantén separados a esos dos hombres acuclillados; haz que se odien, se teman, recelen uno del otro. Aquí esta el principio vital de lo que más temes. Éste es el cigoto. Porque aquí «he perdido mi tierra», empieza a cambiar; una célula se divide y de esa división crece el objeto de tu odio: «nosotros hemos perdido nuestra tierra». El peligro está aquí, porque dos hombres no están tan solos ni tan perplejos como pueda estarlo uno. Y de este primer «nosotros», surge algo aún más peligroso: «Tengo un poco de comida» más «yo no tengo ninguna». Si de este problema el resultado es «nosotros tenemos algo de comida», entonces el proceso está en marcha, el movimiento sigue una dirección. Ahora basta con una pequeña multiplicación para que esta tierra, este tractor, sean nuestros. Los dos hombres acuclillados en la vaguada, la pequeña fogata, la carne de cerdo hirviendo en una sola olla, las mujeres silenciosas, de ojos pétreos; detrás, los niños escuchando con el alma las palabras que sus mentes no entienden. La noche cae. El pequeño está resfriado. Toma, coge esta manta. Es de lana. Era la manta de mi madre, cógela para el bebé. Esto es lo que hay que bombardear. Éste es el principio: del «yo» al «nosotros».
   Si tú, que posees las cosas que la gente debe tener, pudieras entenderlo, te podrías proteger. Si fueras capaz de separar causas de resultados, si pudieras entender que Paine, Marx, Jefferson, Lenin, fueros resultados, no causas, podrías sobrevivir. Pero no lo puedes saber. Porque el ser propietario te deja congelado para siempre en el «yo» y te separa para siempre del «nosotros».
   Los estados del oeste se muestran nerviosos ante el cambio inminente. La necesidad sirve de estímulo al concepto, el concepto estimula la acción. Medio millón de personas moviéndose ya por el país; un millón más, impacientes, dispuestas a partir; y otros diez millones de personas empezando a sentir el nerviosismo.
   Y los tractores abriendo múltiples surcos en la tierra vacía.



John Steinbeck, Las uvas de la ira, Alianza, Madrid, 2006, pp. 231-233.

[La lucidez...], René Char

domingo, 24 de marzo de 2013




La lucidez es la herida más aproximada al sol. 




René Char, Las hojas de Hipnos, Visor, Madrid, 1973, p. 54.

 

El oculto, Erich Fried

sábado, 23 de marzo de 2013

EL OCULTO

Tengo que aprender a ocultarme
de mis perseguidores
y empeñado en ello
me acecha un doble peligro

Quizás no esté
suficientemente escondido
de ellos
pero demasiado ya de mí mismo



Erich Fried, Cien poemas apátridas, Anagrama, Barcelona, 1978, p. 32.
 

[Esperar], Julien Gracq

viernes, 22 de marzo de 2013
Esto es donde los niños ricos vienen a morir, Nicholas Max Scarpinato



   «No se espera a nadie —fantaseó otra vez—. El mundo no espera nada. Nada en absoluto». Se sintió henchido de una suerte de desesperanza apacible. La tierra seguía siendo opaca, no había camino despejado, ninguna senda desbrozada para lo que él esperaba, sólo aquellas rojas y frías estrellas fugaces, aquel entorno yerto y ausente, aquella estación de tren abstraída que esperaba torpemente la hora de irse a dormir. De pronto recapacitó sobre aquel vagabundeo que tan mal controlado le había parecido durante toda la tarde: la carretera identificada de lugar en lugar, la habitación adornada con flores y cerrada, la cama sobre la que se había tendido por adelanado: no veía en ello más que un conjuro desesperado; aquellas huellas inscritas con anticipación eran vacuas, aquellos signos no eran ofrecidos, el mundo seguía sin promesa y sin respuesta: ¿por qué iba el mundo a prestarse al deseo? «No cabría más que esperar —pensó de nuevo—. Sólo esperar. Pero hay algo prohibido en la espera de eso».



Julien Gracq, La península, Nocturna, Madrid, 2011, pp. 116-117.

Carencia proustiana

jueves, 21 de marzo de 2013

CARENCIA PROUSTIANA

   Parecía perfecta su memoria, ahora que sus pies descalzos levantan el polvo de las calles de Madrid en lugar de las de Bamako. Ahora que las bolsas de basura le desprenden el mismo hedor y la misma miseria, las manos llenas de suciedad y a la vez tan vacías.
   Parecía perfecta su memoria, que le clava la soledad en el corazón del hambre, susurrándole otros caminos de vuelta más amables y cálidos. La memoria que le llora aquella mirada herida de sus hijos, y ahora sólo la intuye entre ojos extranjeros que le inundan de una vergüenza que no le pertenece.
   Parecía perfecta su memoria, tan perfecta incluso en su propio mecanismo de recordar.
   Y sin embargo la magdalena.


(Microrrelato con el que participo en la Primavera de Microrrelatos Indignados)
 

La aurora, Federico García Lorca

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA AURORA

La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas.
La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.
La aurora llega y nadie la recibe en su boca
porque allí no hay mañana ni esperanza posible:
A veces las monedas en enjambres furiosos
taladran y devoran abandonados niños.
Los primeros que salen comprenden con sus
huesos que no habrá paraíso ni amores deshojados:
saben que van al cieno de números y leyes,
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.
La luz es sepultada por cadenas y ruidos
en impúdico reto de ciencia sin raíces.
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes
como recién salidas de un naufragio de sangre.



Federico García Lorca, Poeta en Nueva York, Cátedra, Madrid, 2006, p. 161.

La matrícula, Dino Buzatti

martes, 19 de marzo de 2013
Matrícula incompleta, Nathan Marvel

LA MATRÍCULA

   El 22 de septiembre pasado, al anochecer, estaba parado en el tercer semáforo de la Via Melchiorre Gioia, en Milán, cuando a mi izquierda, dos toquecitos de claxon, como llamando. Me vuelvo, a mi lado un coche de lujo. Al volante, un señor sobre los cuarenta. Me hace una señal y baja la ventanilla derecha. Yo abro la mía. Y él, con una especie de apatía, como asumiendo la molestia que le suponía infligir una norma cívica:
   —Mire usted, ha perdido la matrícula y lleva un piloto fundido.
   Me sienta mal, pero no me sorprende. De noche dejo mi destartalado cacharro en la calle, nada más fácil que alguien, mientras estoy aparcado o al salir, me haya ocasionado la doble faena.
   Naturalmente, allí en el semáforo no voy a ponerme a comprobar. Lo hago doscientos metros más adelante, en cuanto el tráfico lo permite. Pues bien: la matrícula está en su sitio y ambos pilotos lucen.
   Conque una broma. Pero el señor que me ha advertido en absoluto parecía un tipo bromista. Y además, ¿con qué fin? Evidentemente había visto mal.
   Recorro la Via Melchiorre Gioia casi todos los días. Una semana más tarde, me paré en el mismo semáforo y oí que me llamaba con el claxon, esta vez desde la derecha.
   Un furgón. El conductor, un joven vestido con mono, bajó el cristal y me hizo una seña. Lo bajé yo también. Me dijo, con sonrisa amable, casi compadeciéndose:
   —Oiga, señor, no lleva la matrícula. Y sólo se le enciende un piloto.
   Le di las gracias de dientes afuera, preguntándome si no sería una ocurrencia idiota de moda por aquellos parajes. Pero por si acaso me bajé pasado el cruce y fui a ver. Exactamente: la matrícula desaparecida y uno de los dos pilotos hecho trizas.
  


Dino Buzzati, Las noches difíciles, Acantilado, Barcelona, 2010, pp. 265-266.

contra las cuerdas, David González

lunes, 18 de marzo de 2013


contra las cuerdas

no
arrojes
nunca
la toalla:

no la arrojes nunca:

luego
tendrás
que agacharte
a recogerla:



¿qué vas a hacer:
 varlam shalámov




David González, No hay tiempo para libros (Nadie a salvo), Origami, Jerez de la Frontera, 2012, p. 37.


Posesión del ayer, Jorge Luis Borges

domingo, 17 de marzo de 2013
El peso del tiempo, Julie de Waroquier


POSESIÓN DEL AYER

    Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. llión fue, pero llión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.



Jorge Luis Borges, Los conjurados, Alianza, Madrid, 1985, p. 63.

Un soneto, Daniil Jarms

sábado, 16 de marzo de 2013
Sín título, Jean-Michel Folon

UN SONETO

   Me ha pasado una cosa increíble; de repente me olvidé de qué número iba primero: si el siete o el ocho.
   Fui a casa de unos vecinos y les pregunté qué pensaban al respecto.
   Cuál no sería su sorpresa, y la mía, cuando de pronto cayeron en la cuenta de que tampoco ellos eran capaces de recordar el orden de los números. Se acordaban de que iba: uno, dos, tres, cuatro, cinco y seis; pero a partir de ahí no sabían cómo seguir.
   Nos fuimos todos a la tienda de alimentación que está en la esquina de las calles Známenskaia y Basséinaia y le pedimos a la cajera que nos sacara de dudas. La cajera nos sonrió con tristeza, se sacó un martillito de la boca y, moviendo levemente la nariz, dijo:
   —En mi opinión, el siete irá detrás del ocho en caso de que el ocho vaya detrás del siete.
   Le dimos las gracias a la cajera y nos marchamos felices de la tienda. Pero enseguida, después de pensar detenidamente en lo que nos había dicho la cajera, volvimos a caer en el desaliento, pues nos pareció que sus palabras no tenían el menor sentido.
   ¿Qué podíamos hacer? Nos dirigimos al Jardín de Verano y empezamos a contar árboles. Pero, al llegar a seis, paramos y nos pusimos a discutir: para unos, el siguiente era el siete; para otros, el ocho.
   Nos habríamos pasado el día discutiendo, pero, por suerte, en ese momento un niño se cayó de un banco y se rompió las dos mandíbulas. Eso hizo que nos olvidáramos de nuestra discusión.
   Y después cada uno se fue para su casa.



Daniil Jarms, Me llaman capuchino, Automática, Madrid, 2012, pp. 25-26.

[Estamos escritos...], Carlos Marzal

viernes, 15 de marzo de 2013
Indigente, Guglielmo Alfarone




Estamos escritos con tinta: y luego llueve.




Carlos Marzal, La arquitectura del aire, Tusquets, Barcelona, 2013.


La casa, Isla Correyero

miércoles, 13 de marzo de 2013
Casa abandonada 74, Kevin Bauman

LA CASA

Tenía para mí, la casa, un incurable
olor a trébol y pájaros mojados,
caudales de colmenas que a la noche
con dulce estruendo azul raspaban las ventanas.
Eran aquellos días de amor
en que quedábamos
a la fuga y al hielo de las doce
recostados y firmes en un banco
dibujando sombreros y jamás.

La llave de la casa con la lluvia
tenía un frío tacto de sollozo
que al meterla en la vieja cerradura
sonaba igual que un vino
tragado en el silencio.

Como el aire canela, por las puertas pasábamos
ligeros e inocentes, veloces, revoltosos.

Si yo estaba en la casa,
llamabas a la aldaba conteniendo el aliento
y en el vientre los vidrios tibios de la zozobra.
Desde mi cuarto a oscuras yo cuajaba las ansias
contrayéndome toda, volviéndome violeta.
Daban las doce fieles en el reloj del patio
y la mágica herrumbre de la llave
inundaba de luz todo el pasillo.

Bajo el racimo blanco de la lámpara antigua
mis ojos te buscaron durante tres inviernos
y a sus uvas brillantes, vi tus ojos anclados,
rojizos, en el álveo profundo de las lágrimas.

Con la quietud de un cisne sorprendido en su sueño
resistí la derrota punzante con orgullo
y al despedirte tuve el gesto del guerrero
que, sabiéndose herido de muerte, aún sonriera.

Hubo tantas pisadas de tu alma en la mía,
tantos lodos y fosos nos fueron circundando,
que al mirar, hoy, de lejos
la frágil casa a oscuras,
me atraviesan sus acres crepúsculos coñac.

¡Cómo deshace el tiempo las casas y sus climas!
¡Qué pronto se parece la memoria al olvido!

Sobre las frías alas del recuerdo se mueven
sombras falsas, terribles,
cortinas y escombreras,
viejos libros cerrados, abejas en la piel.

Y ya no hay corredores simulados ni huellas
capaces de encerrarnos, otra vez, en sus muros.

Pasaste por mi casa, tu casa y nuestro nicho,
con el descuido propio de un pecado de amor.
Pero al huir dejaste, repleto de señales,
el camino y la brújula inútil del recuerdo.



Isla Correyero, Lianas, Hiperión, Madrid, 1988, pp. 15-16.

Segundos de eternidad, Karmelo C. Iribarren

martes, 12 de marzo de 2013
Pareja y taxi en la lluvia, Gordon Bruce


SEGUNDOS DE ETERNIDAD

                                                 Para Samuel Alonso Omeñaca

Faltan unos segundos
para que el taxi
arranque
              y se la lleve
a través de las calles de esta ciudad
—quieta y silenciosa
en la madrugada— para siempre.
Unos segundos apenas
que los dos aprovechamos
—no sé con qué fin, no puede haberlo,
solo hemos intercambiado unas palabras—
para mirarnos y decirnos todo
lo que quizás nos hubiésemos dicho
a lo largo de una vida.
                                  Una vida
entera ahí, en una mirada
que sólo puede durar
unos segundos:

lo que duran a veces
los momentos
que la iluminan de verdad.



Karmelo C. Iribarren, Ola de frío, Renacimiento, Sevilla, 2007, p. 68.

La encuesta, Sławomir Mrożek

lunes, 11 de marzo de 2013
Experimentos sin respuesta, Ruth Lantz

LA ENCUESTA

   Salgo de un supermercado y los de la tele van y me preguntan:
   —¿Existe Dios o no existe?
   —Ahora le digo —le contesto al del micrófono—, en cuanto me alise el pelo.
   Saqué un peine del bolsillo y me alisé el pelo. Luego, me acordé de que tenía un grano en la nariz.
   —¿Tal vez mejor de perfil? —le digo al de la cámara.
   Me puse de perfil ante la cámara.
   —¿Y si me acerco a casa para ponerme algo que me favorezca más? Vivo cerca.
   No respondieron. Y no me he dado aún la vuelta cuando veo que ya no están a mi lado. Ahora encuestaban a una tía. Y ya iba yo a meterme por medio —cómo voy a permitir que una tía me arrebate una intervención en la tele—, pero se me había olvidado cuál era la pregunta, así que me fui a casa.
  

Sławomir Mrożek, La vida para principiantes. Un diccionario intemporal, Acantilado, Barcelona, 2013, p. 55.

[El tiempo], Charles Baudelaire

domingo, 10 de marzo de 2013



A cada minuto somos aplastados por la idea y la sensación del tiempo. (...)

El tiempo sólo puede olvidarse sirviéndose de él.
Todo se hace sólo poco a poco.



Charles Baudelaire, Mi corazón al desnudo y otros papeles íntimos, Visor, Madrid, 1995 (1983), p. 81.

[La sombra del amor...], Clara Janés

sábado, 9 de marzo de 2013
Mi corazón, Stefan Zsaitsits




La sombra del amor es lo que puebla
el hueco que albergó mi corazón.



Clara Janés, Vilanos, Adamar Ediciones, Madrid, 2004, p. 50.

[Tierra quemada], Julien Gracq

viernes, 8 de marzo de 2013


   Sintió formarse en él una oleada triste y ardiente que corría como un fuego de bosque, dejando el mundo a su paso árido y muerto. ¡No era la impaciencia! No ese esfuerzo inútil y desahuciado que se descompone acompasadamente, como el mar, en el momento de llegar. Bien vislumbraba él que hubiera convenido saber acomodar, habitar aquel amor como una casa tranquila; durante su andadura vio desfilar sobre la tierra tranquilos varaderos donde le tentaba echar el ancla, pero no se detenía. «Como hacen otros en la guerra —pensó con cierta amargura—. No conozco otra forma de proceder que la de la tierra quemada».


Julien Gracq, La península, Nocturna, Madrid, 2011, p. 121.

Mesías, Gerardo Diego

jueves, 7 de marzo de 2013
La mano en las nubes, Yves Tanguy

MESÍAS

Una bandada de ángulos
en un vuelo sin hilos
nace del campanario

La primavera
                que aún no sabe mirarse al espejo
                                                 espera

Y las praderas novias
danzan en el corro de las bodas

Las flautas virginales
se engalanan de rosas y rosales

                       Quién sabe si las nubes
                         sembrarán golondrinas
                         entre el humo aeronauta

                  Y si aquí en mi calleja desahuciada
                     la lluvia caerá de rodillas



Gerardo Diego, Imagen, 1922.

El cuaderno azul nº 10, Daniil Jarms

miércoles, 6 de marzo de 2013
I'm not there, Pol Úbeda


EL CUADERNO AZUL Nº10

   Érase una vez un tipo pelirrojo que no tenía ni ojos ni oídos. Tampoco tenía pelo, de modo que decía que era pelirrojo por decir algo.
   No podía hablar, puesto que no tenía boca. Nariz tampoco tenía.
   Por no tener, no tenía ni brazos ni piernas. Tampoco barriga, ni espalda, ni espina dorsal, ni tripas de ninguna clase. ¡No tenía nada de nada! Así que no hay forma de saber de quién estamos hablando.
   Bueno, será mejor que no sigamos hablando de él.
  

  
Daniil Jarms, Me llaman capuchino, Automática, Madrid, 2012, p. 21.

El límite, Erich Fried

lunes, 4 de marzo de 2013
Mediodía, Anton Semenov

EL LÍMITE

Siempre he creído
que el horror tiene un límite
donde detenerse y contemplar desde arriba
cómo se retuerce
o escupe burbujas
o sonríe
o apesta y se pudre ante nuestros ojos

Un límite
que sabemos
que es peligroso
Donde no hay que dar un paso más
ni asomarse
Donde mejor es retirarse uno o dos pasos
Aunque estuviera provisto de pretil
al cual aferrarse
no habría que fiarse de él
Podría estar resqubrajado
y derrumbarse o desmoronarase

Nunca he creído
que fuera un límite consistente
pero lo consideré una especie de aviso
«hasta aquí pero no más»
o «no llegar hasta el límite»
E incluso en mis pesadillas
que me mostraron cuán engañoso y peligroso puede ser
siempre seguía creyendo
que el horror tiene un límite
No sé por qué lo creía así
pero era un consuelo


Erich Fried, Cien poemas apátridas, Anagrama, Barcelona, 1978, pp. 19-20.

[El nacimiento del mundo], Alain Badiou

domingo, 3 de marzo de 2013
 Monte Fuji al atardecer, Hokusai


   ¿Qué es lo que se experimenta a partir de lo Dos y no de lo Uno? ¿Qué es el mundo examinado, practicado y vivido a partir de la diferencia y no de la identidad? Yo pienso que el amor es eso. Es el proyecto, que incluye naturalmente el deseo sexual y sus pruebas, que incluye el nacimiento de un niño, pero que incluye igualmente otras mil cosas, a decir verdad, no importa qué a partir del momento en el que se trata de vivir una prueba desde el punto de vista de la diferencia (...).
   El amor es una proposición existencial: construir un mundo desde un punto de vista descentrado respecto a mi simple pulsión por sobrevivir, o sea, respecto a mi interés. Yo opongo, aquí, “construcción” a “experiencia”. Digamos que si, apoyado sobre la espalda de aquella a quien amo, veo la paz de la tarde en un lugar montañoso, la pradera de un verde dorado, la sombra de los árboles, los corderos con hocicos negros inmóviles detrás de los setos y el sol a punto de ponerse detrás de las rocas, y sé, no por su rostro, sino en el mundo mismo tal y como es, que aquella a quien amo ve el mismo mundo, y que esta identidad forma parte del mundo, y que el amor es justamente, en ese momento mismo, esa paradoja de una diferencia idéntica, entonces el amor existe y promete seguir existiendo. Y es que ella y yo somos incorporados a ese único Sujeto, el Sujeto de amor, que intenta el desplegamiento de un mundo a través del prisma de nuestra diferencia, de modo que este mundo advenga, nazca, en lugar de ser sólo lo que llena mi mirada personal. El amor es siempre la posibilidad de asistir al nacimiento del mundo.


Alain Badiou, Elogio del amor, La esfera de los libros, Madrid, 2011, pp. 34-35, 37-38.

[Piedra], Juan Ramón Jiménez & Celso Emilio Ferreiro

sábado, 2 de marzo de 2013
La batalla del Argonne, René Magritte

CON TU PIEDRA

El cielo pesa lo mismo
que una cantera de piedra.
Sobre la piedra del mundo
son de piedra las estrellas.

¡Esta enorme cargazón
de piedra encendida y yerta!
Piedras las estrellas, todas,
piedras, piedra, piedras, piedra.

Entre dos piedra camino,
me echo entre piedra y piedra;
piedras debajo del pecho
y encima de la cabeza.

Y si quiero levantarlas,
me hiere la piedra eterna;
si piso desesperado,
sangro en la piedra terrena.

¡Qué dolor de alma, piedra;
carne, qué dolor de piedra,
qué cárcel la noche, piedra
cercada y cerca de piedra!

Con tu piedra me amenazas,
destino de piedra y piedra.
Con tu piedra te daré
en tu corona de piedra.


Juan Ramón Jiménez, Antología poética, Cátedra, Madrid, 2010, pp. 359-360.




LONGA NOITE DE PEDRA

Longa noite de pedra
O teito é de pedra.
De pedra son os muros
i as tebras.
De pedra o chan
i as reixas.
As portas,
as cadeas,
o aire,
as fenestras,
as olladas,
son de pedra.
Os corazós dos homes
que ao lonxe espreitan,
feitos están
tamén
de pedra.
I eu, morrendo
nesta longa noite
de pedra.



Celso Emilio Ferreiro, Longa noite de pedra, Xerais, Vigo, 1990.


Espiral de humo, Karmelo C. Iribarren

viernes, 1 de marzo de 2013

ESPIRAL DE HUMO 


El cigarrillo:

esa venganza,
ese riesgo,
esa otra manera de estar en el mundo,
de matarse lentamente
por nada, sólo
por un poco de humo,

tan parecido
en eso
a veces
a lo que nos impulsa a vivir.




Karmelo C. Iribarren, Ola de frío, Renacimiento, Sevilla, 2007.