[Los vecinos de la puerta de al lado], Charles Simic

viernes, 31 de julio de 2015
 Un inmigrante mira el móvil. Calais, 30/7/15, Pascal Rossignol


   «Lo perdimos todo», solía decir mi madre. Tenía razón. Todo lo que tuvimos una vez en forma de identidad y de posesiones dejó de existir. Un día éramos los vecinos de la puerta de al lado y al día siguiente chusma sin patria.


Charles Simic, El monstruo ama su laberinto. Cuadernos, Vaso Roto, Madrid, 2015, p. 80.
 

[Tormenta en bucle...]

jueves, 30 de julio de 2015
El diluvio, Miquel Barceló

Tormenta en bucle.
Son rieras las semanas.
Tanta erosión.
 

[La referencia], Belén Gopegui

miércoles, 29 de julio de 2015
 Quiebro, Pejac


   ¿Por qué? ¿Por qué la referencia tiene que ser la perfección y no la vida? La perfección puede ser una posibilidad más, un dato más, pero no la referencia. [...] Tendríamos que tropezarnos, Félix, para ir más despacio, para recordar que tropezarse forma parte de nuestra vida. O que la distancia más corta entre dos puntos sólo produce líneas rectas, y hay otras.


Belén Gopegui, El padre de Blancanieves, Anagrama, Barcelona, 2007, pp. 147-148.
 

Constatar lo obvio, Roger Wolfe

martes, 28 de julio de 2015
 El árbol filosófico, Hokkaido, Kent Shiraishi


   Constatar lo obvio.— Vivimos tiempos en los que cada vez se hace más necesario repetir cosas que deberían darse por sentado. Las verdades más elementales no sólo no han quedado vistas para sentencia para siempre, como cabría esperar después de dos mil años de historia, sino que de manera constante son puestas en cuestión por una creciente turbamulta, generalmente mediática, de nuevos subnormales surgidos de un nefasto proceso de globalización de la idiotez. Frases como «Ni que decir tiene» o «Huelga decir» van adquiriendo una carga irónica de tintes auténticamente tragicómicos. Porque lo cierto es que cuando se habla para retrasados mentales, no hay nada que huelgue decir. Nunca como hoy había resultado tan oportuno afirmar que la tarea del escritor consiste en constatar lo obvio.


Roger Wolfe, Escrito con la lengua, Huacanamo, Barcelona, 2012, p. 224.
  

[La vida...], Masaoka Shiki

lunes, 27 de julio de 2015


La vida que me queda
¿por cuánto tiempo aún?
Corta es la noche.


Masaoka Shiki, Ruego a la mariposa, Satori, Gijón, 2013.
   

[Un cráter azul...], Clara Janés

domingo, 26 de julio de 2015
 Cascada, Kjell Nupen


   Un cráter azul se abrió en sus ojos. El volcán ondeaba como agua. La lava se ramificaba en sutiles arterias y arrastraba el eco resonante e informe de una llamada. La prisión blanca impedía el acceso a otro lugar.


Clara Janés, Variables ocultas, Vaso Roto, Madrid, 2010, p. 26.
 

[Siga la fila...], Carlos Skliar

sábado, 25 de julio de 2015
 Sin título, Shōji Ueda


   “Siga la fila”. En las escuelas, en los aeropuertos, en las oficinas públicas y privadas. En los campos de concentración. En las pesadillas.


Carlos Skliar, No tienen prisa las palabras, Candaya, Barcelona, 2012, p. 142.

[Lo perfecto], Benjamín Prado

viernes, 24 de julio de 2015
La maldición, René Magritte


   En lo perfecto hay algo que no cuadra.


Benjamín Prado, Más que palabras, Hiperión, Madrid, 2015.
  

Nuestra hora, Pedro Casaldáliga

jueves, 23 de julio de 2015

Shōji Ueda

NUESTRA HORA

Es tarde
pero es nuestra hora.

Es tarde
pero es todo el tiempo
que tenemos a mano
para hacer el futuro.

Es tarde
pero somos nosotros
esta hora tardía.

Es tarde
pero es madrugada,
si insistimos un poco.


Pedro Casaldáliga, El tiempo y la espera, Sal Terrae, Santander, 1986.
 

[Aquella chica], Daniel Tammet

miércoles, 22 de julio de 2015
Exilio, Mohammed Al-Amari


   Me da por pensar en la chica que acabó convirtiéndose en mi madre. ¿Cómo se imaginaba a sí misma de adulta? ¿Soñaba con un marido amoroso, una casa grande y niños que siempre le sonrieran? ¿Se veía a sí misma, en su imaginación, como una mujer culta, que viajara mucho, siempre generosa, paciente y amable? ¿Imaginaba que recordaría siempre cada uno de sus momentos más preciados, y que olvidaría al instante todos los reveses?
   Y al pensar en aquella chica me siento a un tiempo inmensamente feliz e inmensamente triste. Me siento como suelo sentirme al pensar en mí mismo.


Daniel Tammet, La poesía de los números, Blackie Books, Barcelona, 2015, pp. 212-213.
  

[Con el mañana dentro], Belén Gopegui

lunes, 20 de julio de 2015
 Alas, Akiko Suzuki


   Estuviste conmigo ochenta y tres días con sus noches. Decías que en el amor el mañana no existe. Te fuiste para buscarlo. No sabías que hemos nacido con el mañana dentro.


Belén Gopegui, El padre de Blancanieves, Debolsillo, Barcelona, 2015, p. 38.
 

[Un simple comentario], Emmanuel Terray

domingo, 19 de julio de 2015
 Un sabor de lo invisible, René Magritte


   Abandonar el proyecto unificador y la voluntad totalizadora es renunciar a la coherencia del pensamiento, tanto como de la acción. A través de la denuncia de los Grandes Relatos, se nos incita a limitar por nuestro propio movimiento el dominio de lo inteligible y a conceder de antemano su parte a lo oscuro, lo confuso y lo irracional. [...] Si se proscribe toda hipótesis sobre “la naturaleza de las cosas” y sobre los resortes últimos de la historia, nos prohibimos distinguir lo accesorio de lo importante, el accidente de la sustancia, la apariencia de la esencia. Ahora bien, semejante distinción es siempre una apuesta, pero sin ella no hay conocimiento posible. En rigor, lo que se nos ofrece en estos días bajo ese nombre es, muy a menudo, un simple comentario, en ocasiones inteligente, pero siempre superficial: quienes lo redactan se han privado, ellos mismos, de las herramientas que les habrían permitido llegar a la almendra bajo la corteza y al oro bajo la ganga.


Emmanuel Terray, Esa eterna fugitiva, Gedisa, Barcelona, 1989, pp. 127-128.

[La cuenta del tiempo], Daniel Tammet

sábado, 18 de julio de 2015
Bosque vertical, Tang Kwok Hin


   El estadounidense T. L. Freeman ha propuesto una fórmula que determina la «edad efectiva» de un individuo. Los cálculos de Freeman sugieren que hemos experimentado una cuarta parte del total de nuestras vidas antes de los dos años, y más de tres cuartas partes al cumplir los treinta. Llegada al punto intermedio aproximado de su vida, una persona de cuarenta años percibirá el resto de sus días como una sexta parte de lo que ha conocido previamente. A los sesenta, le parecerá que el futuro dura una dieciseisava parte de lo que duró su pasado. [...]
   Nuestro cuerpo lleva la cuenta del tiempo mucho mejor que el cerebro. El pelo y las uñas crecen a un ritmo predecible. El aire inhalado no se malgasta nunca; raras veces nos entra hambre demasiado pronto o tarde. O miremos a los animales. Los patos y los gansos no tienen más que seguir su instinto para saber cuándo es hora de hacer las maletas y emigrar. He leído casos de bueyes que portaban su carga durante el mismo espacio de tiempo cada día, y a los que ni siquiera el látigo podía convencer de continuar pasado ese tiempo.
   Llevamos la cuenta de nuestros años en la frente y las mejillas. Me extrañaría que el cuerpo pueda perder alguna vez la cuenta. Igual que los bueyes, cada uno sabe en su interior cuándo es el momento de parar.


Daniel Tammet, La poesía de los números, Blackie Books, Barcelona, 2015, pp. 248-249.
 

[El sol se pone...]

viernes, 17 de julio de 2015
Paréntesis, Liz Davidson

El sol se pone.
Traza el cierre al paréntesis
de lo posible.


[Para despertar...], Abbas Kiarostami

jueves, 16 de julio de 2015
Masao Yamamoto

Para despertar
es pronto
dormir imposible


Abbas Kiarostami, El viento y la hoja, Salto de Página, Madrid, 2015, p. 131.

Oigan, Vladímir Maiakovski

miércoles, 15 de julio de 2015
Estrella creciente, Paul Klee

OIGAN

Oigan:
si encienden las estrellas
es porque alguien las necesita, ¿verdad?,
es que alguien desea que estén,
es que alguien llama perlas a esas escupitinas.
Resollando
entre tormentas de polvo del mediodía
penetra hasta Dios,
teme haber llegado tarde,
llora,
le besa la mano carniseca,
implora
que pongan sin falta una estrella,
jura
que no soportará ese tormento inestelar.
Y luego
anda preocupado,
aunque aparenta calma.
Dice a alguien:
Ahora no estás mal, ¿eh?
¿A que ya no tienes miedo?
Oigan, si encienden
las estrellas es porque alguien las necesita, ¿verdad?
Es indispensable
que todas las noches
sobre los tejados
arda aunque sea una sola estrella.



Vladímir Maiakovski, Poemas 1913-1916, Visor, Madrid, 1993, pp. 25-26.
 

[El animal inadaptado], Nikos Dimou

lunes, 13 de julio de 2015
El ángel, Michaël Borremans


   Podríamos definir al ser humano como el animal que desea siempre más de lo que puede alcanzar. El animal inadaptado. Dicho de otro modo, podríamos definir al ser humano como el ser que lleva dentro de sí la desgracia, que le es connatural.


Nikos Dimou, La desgracia de ser griego, Anagrama, Barcelona, 2012, p. 17.
 

[Cara agrietada...]

domingo, 12 de julio de 2015
Llanto, Maria João Franco


Cara agrietada,
torpe fuga al dolor
que estalla dentro.
   

[Lo bastante lejos], Philippe Forest

sábado, 11 de julio de 2015


Pero no habíamos ido lo bastante lejos. Sólo nos servía el extremo opuesto del mundo para lo que buscábamos: un horizonte en el que desaparecer, en el que volvernos lo bastante extranjeros a nosotros mismos como para no tener que rendir cuentas a nadie, como instalados en otro planeta o trasladados a otra existencia donde cualquier resto de dramas, de crímenes y de vergüenzas pasadas, aún sin desaparecer del todo, perdieran casi todo su significado. Tal es la banal aventura de los que se van. Si a pesar de todo en la otra punta del mundo alguien les preguntara, les gustaría poder decir: sí, ocurrió, pero en otro sitio, en otro tiempo, y a alguien que no era yo; y ya no tiene quizás más consistencia que una historia contada demasiadas veces, desgastada por tan largo viaje.


Philippe Forest, Sarinagara, Sajalín, Barcelona, 2009, p. 167.

Horizonte

viernes, 10 de julio de 2015
Raíles en Auschwitz-Birkenau, Lindsay Fincher

HORIZONTE

   Nathalie tiembla. Todos en el vagón lo hacen. Hambre, frío, miedo: sólo varían los coeficientes que individualizan cada ecuación. Después de tres días de viaje, el tren avanza ahora más despacio. Pasan por un pequeño poblado; teme que aquello sea Polonia. Qué importa, se acaba diciendo, sólo es cuestión de esperar. Seguir temblando.
   Una niña, según se aproxima el convoy, comienza a correr. Nathalie se fija en ella. Se acuerda de su afición cuando era pequeña: ir de la mano de su padre a la Gare d’Austerlitz, soltarse cuando un tren arrancaba, esa ilusión por perseguirlo, soñar con rasgar el mismo horizonte. Era cuando ser judía todavía era como ser rubia, ser ingenua, ser madre. Un rasgo más. Desde entonces no han pasado más que unos años, aunque en realidad ahora equivalgan a demasiado tiempo.
   La niña corre, saluda, grita unas palabras ininteligibles pero de las que no se precisa traducir su entusiasmo. Se va quedando atrás, es inevitable. Está a punto de tropezar, antes de al fin detenerse, de una rendición que sin embargo no conlleva que se apaguen sus gestos. Nathalie, casi sin advertirlo, sonríe. Sus labios se quedan curvos durante unos segundos, hasta que la niña es sólo una mancha y, en cambio, siente que el temblor permanece extendido en ella. El tren va aún más lento, la desolación se agudiza.
   Y una nueva pérdida que le duele. La sonrisa.
   Cuando se da cuenta de que, probablemente, por delante ya no le espere otra ocasión para volver a hacerlo.

[Venda en los ojos...]

jueves, 9 de julio de 2015
Nº 64, Magdalena Kaczmarczyk

Venda en los ojos,
proyección de un recuerdo.
(No habrá piñata.)


[Escribir había sido...], Philippe Forest

miércoles, 8 de julio de 2015
Aquí estamos, Jürgen Rosner


   Escribir había sido mi manera de irme, de desaparecer a plena luz del día. Y lo había conseguido. Lo había conseguido más allá de todas mis esperanzas. No existía ningún lugar donde pudiera figurarme que mi vida me esperaba.


Philippe Forest, Sarinagara, Sajalín, Barcelona, 2009, p. 19.
 

[El autómata], Henry Miller

domingo, 5 de julio de 2015
 Umbral IV, Jacinto Lara


   A veces es extraño cómo acaba uno los asuntos. Siempre piensas que vas a poner la última palabra en el registro con una amplia rúbrica; nunca piensas en el autómata que cierra las cuentas mientras duermes.


Henry Miller, Sexus, Edhasa, Barcelona, 2004, p. 130.
 

Las cuatro de la madrugada, Wisława Szymborska

jueves, 2 de julio de 2015
La esquina donde cuento mis plegarias, Martha Mosquera Arias


LAS CUATRO DE LA MADRUGADA

Hora de la noche al día.
Hora de un costado al otro.
Hora para treintañeros.

Hora acicalada para el canto del gallo.
Hora en que la tierra niega nuestros nombres,
Hora en que el viento sopla desde los astros extintos.
Hora de y-si-tras-de-nosotros-no-quedara-nada.

Hora vacía.
Sorda, estéril.
Fondo de todas las horas.

Nadie se siente bien a las cuatro de la madrugada.
Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la madrugada,

habrá que felicitarlas. Y que lleguen las cinco,
si es que tenemos que seguir viviendo.


Wisława Szymborska, El gran número; Fin y principio y otros poemas, Hiperión, Madrid, 2009 (1998), p. 57.
 

Canto V, Hans Magnus Enzensberger

miércoles, 1 de julio de 2015
Aislamiento, Dion Salvador Lloyd

CANTO V

Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¿qué esperáis? Éste es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.


Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.

¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.

Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):

Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.


Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic, Anagrama, Barcelona, 2015, pp. 23-24.