Golondrinas, Miguel Florián

domingo, 28 de febrero de 2010

GOLONDRINAS

Observan cómo trazo los signos.
(Escapa una, y de nuevo regresa.)
Se escucha el chapoteo
de niños en el agua, y la tos del anciano.

La dureza del tiempo, el aroma secreto
del limón. La plenitud redonda de la tarde.

Las golondrinas persisten, ingraves,
sobre el cable invisible del teléfono.





Miguel Florián, Habitación 328 y otros poemas, Visor, Madrid, 2001, página 21.

Ikebana, Ángel Cerviño

miércoles, 24 de febrero de 2010
IKEBANA
Las dádivas estorban a los viajeros.
Matsuo Basho

mañana de abril / cumbre elevada / ¡se ve mayo! / al atardecer bajamos a la aldea en el fondo del valle / golondrinas y murciélagos apuran los últimos charcos del cielo / las sombras que llegan / por adelantar trabajo / van colocando las primeras estrellas / y se inclinan para coger la luna tras la montaña / pasa silbando malicioso el viento / levanta las faldas de la noche / ¡no lleva ropa interior! / enrojece el horizonte / se incendian las nubes / desde el bosque risa de lechuza /


Ángel Cerviño, El ave fénix solo caga canela (y otros poemas), DVD Ediciones, Barcelona, 2009, página 90.

El frío del mar, Joan Margarit

lunes, 22 de febrero de 2010
EL FRÍO DEL MAR

Cómo deseo acariciar su cara.
Nadie ha dicho su nombre este verano.
Lo no llorado, no lo llorarás
en el otoño de hojarasca y rosas.
Como ilusiones perdidas,
las olas van llegando, mansas, graves,
y formando palabras que no me dicen más
lo que fue importante y ya no importa.
Como si ella estuviese todavía,
me deslumbra de pronto, violento,
centelleante, el braille de este mar.


Joan Margarit, Casa de misericordia, Visor, Madrid, 2007, página 117.

Anillos, Miguel Florián

sábado, 20 de febrero de 2010
ANILLOS

La fiebre de los astros, la sed de los insectos,
las líneas de los cuerpos (de la mujer, del hombre),
el clamor de la nieve en el almendro, la tristeza
del viento, el envés metálico de los álamos,
y el llanto de la leña que se abre vencida
por la llama, la luz pura, inicial, de la tormenta
(el grito oscuro y roto de la urraca), la mano
que cumple la quietud de la piedra (el liquen
áspero, azul, verdoso, cárdeno...), la lentitud
del mundo, el vaho en el cristal, los tibios
barcos en la avidez primera de los labios,
y los genios petrificados de la infancia
que aún perduran bajo la pátina del tiempo.

El horizonte inerte, abierto, de la sangre,
la viscosa simetría del barro,
y la pupila atónita al fondo del espejo.



Miguel Florián, Habitación 328 y otros poemas, Visor, Madrid, 2001, página 61.

Huellas, Juan Gelman

miércoles, 17 de febrero de 2010
HUELLAS

Si árboles fueran y no tristes
remiendos del pasado.
Si el asiento donde se sientan
fuera borrasca que las borra.
Si el sentido del cielo las tapara
al menos, si
el entendimiento les diera algún fulgor.
Si se quedaran sin ideas.
Si la aguja no cosiera hacia atrás
y ellas no amanecieran de noche.
Si no tuvieran la invariable
costumbre de mostrar amor.
Si la duración de lo que cesa
no fuera eterna,
o huyera de su ley.
Si estáramos nacientes
de un otra vez con fina entrada.
Si el tiempo se dejara desear.
Si las comiera.
Si se gastaran como una verdad.





Juan Gelman, De atrásalante en su porfía, Visor, Madrid, 2009, p. 155.

En una estación del Metro, Óscar Hahn

martes, 16 de febrero de 2010

EN UNA ESTACIÓN DEL METRO

Desventurados los que divisaron
a una muchacha en el Metro

y se enamoraron de golpe
y la siguieron enloquecidos

y la perdieron para siempre entre la multitud

Porque ellos serán condenados
a vagar sin rumbo por las estaciones

y a llorar con las canciones de amor
que los músicos ambulantes entonan en los túneles

Y quizás el amor no es más que eso:

una mujer o un hombre que desciende de un carro
en cualquier estación del Metro

y resplandece unos segundos
y se pierde en la noche sin nombre



Óscar Hahn, Versos robados, Visor, Madrid, 1995, página 46.

[En su corazón...], Miguel Florián

sábado, 13 de febrero de 2010

En su corazón se ha detenido un pájaro,
en el centro de su corazón, en la roja
pulpa que madura en su sangre, un pájaro
se detuvo en medio del desorden.

Y se internó en su cuerpo.

Un pájaro encendido hirió su corazón,
un pájaro idéntico al destino.




Miguel Florián, Habitación 328 y otros poemas, Visor, Madrid, 2001, página 57.

Imperios imaginarios, Roger Wolfe

jueves, 11 de febrero de 2010
IMPERIOS IMAGINARIOS

Mantener esto en marcha puede llegar a convertirse en un pequeño suplicio, cuando en rigor debería ser un placer inenarrable. Bueno, lo que es o puede llegar a ser un suplicio es más bien ponerme. Me siento aquí delante con total desgana y sin el menor ánimo de teclear como sólo yo sé hacerlo cuando quiero. Es una variante de lo que yo llamo el «síndrome del viernes»: para qué alegrarse de que llega el fin de semana, si sabemos que luego va a venir el lunes y aplastarnos otra vez. Lo mismo aquí, con esto. Minutos robados de una pesadilla que va a continuar, hagamos lo que hagamos. Y el hecho de que aunque de vez en cuando consigamos disponer de tiempo físico, abriendo un hueco a martillazos en el muro implacable de la vida para sacar esos minutos de donde no los hay, el tiempo mental está crónicamente envenenado, y no hay manera de centrarse.

Estoy aquí escribiendo esto y sé que me esperan mil asuntos: mails, llamadas, acuses de recibo, confirmaciones, reservas de billetes de avión y de tren, interacciones múltiples con inacabables legiones de interlocutores profesionales que surgen, uno detrás de otro, como por generación espontánea. Y tienes que ocuparte de ello, por narices. No hay alternativa ni escapatoria. No vale decir que no. Lo sé porque lo he intentado; más de una vez he querido tirar la casa por la ventana. Se me ha vuelto a venir encima todo, a los cuatro días, como un diabólico bumerán. Elevado, por si fuera poco, a la enésima potencia.

Cuando hay bocas que alimentar, criaturas inocentes de diez años que no tienen culpa de nada, no te queda más remedio que poner tu propio espíritu en espera; o guardarlo, como se suele decir, en la nevera. «En cuanto acabe esto, me pongo con lo mío...». «Esto» no se acaba nunca, porque para cuando consigues quitártelo de encima ya te está esperando otra tarea, y luego otra, y otra, y otra más. Y te acuerdas de la famosa frase atribuida a John Lennon: «La vida es lo que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas». ¿Guardar el espíritu en la nevera Donde terminas metiéndolo es en el maldito congelador.

Siempre hay algo. El tiovivo no cesa nunca de girar. El mareo se acaba haciendo crónico. La imposibilidad de concentrarse es absoluta. Caes en un estado de dispersión mental irreversible. Pero el problema no es ése, porque hasta el peor estado de dispersión puede tener solución, si uno sabe organizarse y encontrar la estrategia disciplinaria adecuada. El problema es que como no tengas la fuerza de cien titanes puedes hundirte en la depresión, y acabar cayendo en un hoyo negro del que si te descuidas no vuelves a salir.

Hace algún tiempo leí unas declaraciones de Leonard Cohen, en una entrevista que le hicieron en 2005 en Los Ángeles, que daban de tal modo en la diana que me tomé la molestia de copiar el párrafo en cuestión, y traducirlo yo mismo al español, para hipotéticos usos futuros.

Leonard Cohen hablaba en realidad de un proceso de derrumbe que trasciende la mera falta de tiempo, y se hunde en espacios más negros del alma, en turbias profundidades metafísicas que tienen que ver con el propio sistema operativo de los afectos y las emociones, pero sus palabras no dejan de ser parcialmente aplicables a lo que estoy intentado expresar:

[...] Pero entonces te encuentras con tu propia vida, y naufraga como la de todo el mundo, y la fastidias, y no eres capaz de establecer la forma y la estructura que querías, y se hunde, se trate de la mujer con la que estás o de tu propia mente o de tu propia confianza; se te escapan, y le ocurre a todo el mundo. Todo el mundo se ve obligado a presidir la estructura de su imperio imaginario en un determinado momento de su vida.* Así que, bueno, te pasa eso, y luego la cosa se pone peliaguda, porque a veces se hunde todo tan completamente que, que... tu capacidad de trabajo que destruida, y puedes acabar realmente mal. Si tienes suerte consigues proteger de alguna manera la destrucción total, y de experiencias así, un minúsculo rincón de tu vida. Pero los hay que terminan devastados, y los hay que mueren física o espiritualmente, porque esta vida está diseñada para derrocarte. Nadie consigue dominarla. Nadie lo consigue.

¿Qué más se puede decir? O has pasado por eso o no has pasado. Quien lo sabe y lo ha vivido sólo puede asentir y suspirar. Y no añadir una palabra.

Que es exactamente lo que voy a hacer yo. Pero no sin antes reiterar, a modo de terco autorrefuerzo positivo y corte de mangas a mí mismo, que a pesar de todo la última palabra no ha sido dicha todavía.
__________
* Supongo que lo que Cohen quería decir aquí es que uno se ve obligado a presidir la estructura fallida de su imperio imaginario; esa estructura no que tiene nada que ver con la que deseaba. (N. del A., 2008.)



Roger Wolfe, Tiempos muertos, Huacanamo, Barcelona, 2009, pp. 101-103.

Si, Juan Gelman

martes, 9 de febrero de 2010
SI

Si me ocurriese, si
una noche viniera con saquitos
de justicia y absurda fuera
la ensoñación del mal, si acaso
el lento amor de la tiniebla no
tendiera sábanas de muerte
en mi lecho y el desposorio
con la vida de afuera se
entrara a paz y salvación,
si no hubiera pobrezas que
callan en la alameda larga
y gritan como un hueso roto
de mí en mí, si la caballa
del reloj cesara y los caminos
se abrieran para la barca que todos
navegamos en aguas heridas
y el tiempo se acostara sin doler,
si






Juan Gelman, De atrásalante en su porfía, Visor, Madrid, 2009, p. 74.

Matrioska

viernes, 5 de febrero de 2010
Muñecas rusas, Hisham Khalifa

MATRIOSKA

Cerró la puerta dejando atrás el frío aliento de diciembre. Primero, en el zaguán, se deshizo con torpeza de unos guantes que pasaron a adornar la languidez del perchero, al igual que el gorro, la bufanda y el plumífero, y recluyó en el zapatero sus botas recién desenquistadas. Ya en su habitación, el cuello del jersey avanzó reptilmente por su cara, los pantalones se arrodillaron como un acordeón ante sus pies, y espolvoreó sobre la silla la ropa interior que antes rasgaba su piel en silencio. Sobre el tocador, dos pares de pendientes, un colgante y un indeterminado número de pulseras aterrizaron con el estrépito del metal que se sabe abandonado.

Levantó entonces la vista hacia el espejo. No le devolvió nada salvo un acendrado vacío erguido en medio de aquel cuarto.

Tesoros, Ángel Olgoso

jueves, 4 de febrero de 2010
TESOROS
A Sonia del Valle

Hoy, como otras veces, salvé las siete esclusas de seguridad, evité los guardianes y las alarmas y descendí hasta el tercer nivel del subsuelo con mi saco vacío a la espalda. Ahí estaba el tesoro de Troya (copas de oro, collares y diademas engarzadas, hachas-martillo, máscaras de plata y lapislázuli), la Quimera etrusca de Arezzo, la cabeza de alabastro traslúcido de la reina de Saba, el tesoro de Atila y el de Jabhur Jan, las dos puertas de Ubar (la Atlántida del desierto) engalanadas cuatro mil años antes con las más preciadas joyas y metales, ahí estaban reunidas, en largas y ordenadas hileras, todas las grandes maravillas de la antigüedad: fruslerías. Pasé de largo. Me adentré en la sala que reproducía, invertida, una cúpula gigantesca. A la luz de los hachones, mientras me punzaba una extraña mezcla de miedo y alegría, contemplé de nuevo el más espléndido de los tesoros, vedado al común de los mortales. Cualquiera podría matar o morir por esa visión gloriosa, por esa plétora, por esa infinita cornucopia oculta en el silencio de las profundidades. Amontonadas escrupulosamente como lingotes idénticos, me esperaban, llenas de promesas, incólumes, las Horas Perdidas. Abrí la boca del saco.



Ángel Olgoso, La máquina de languidecer, Páginas de espuma, Madrid, 2009, página 31.