El compañero, Juan Rodolfo Wilcock

jueves, 10 de marzo de 2011
El muñeco colgante, Scattergood-Moore

EL COMPAÑERO

Con trapos, paja y una vieja máscara de carnaval, Beraum se ha hecho un muñeco que lo acompaña sin molestarlo. Por todas partes, en el apartamento, ha tendido cuerdas, de una pared a otra, y también de un cuarto a otro; ha puesto un gancho en la cabeza del muñeco, y así puede colgarlo donde quiere, o bien arrastrarlo de la mano cuando cambia de habitación. Desayuna y come con el muñeco, porque desde chico le han enseñado que comer en compañía favorece la digestión. No se lo lleva a la cama, pero antes de acostarse lo recuesta en el diván, con una almohada bajo la cabeza; cuando apaga la luz le da las buenas noches y lo primero que hace cuando se despierta es preguntarle si ha dormido bien; hace algún comentario sobre el tiempo, después se levanta y vuelve a colgarlo de una cuerda.

El muñeco es decididamente inanimado; no responde a las preguntas, no se interesa por lo que Beraum le cuenta, no tiene deseos, en suma, podría perfectamente ser el mango de una escoba en vez de un muñeco acolchado, con la ventaja de que un mango de escoba resultaría más liviano al moverlo. Pero sus vagos parecidos humanos, agregados al hecho de que Beraum es extremadamente miope, le confieren una cierta personalidad, al menos a los ojos de su dueño. Después de todo, hay tantas parejas que consiguen vivir juntas, a fuerza puramente de ganchos y cuerdas.


Juan Rodolfo Wilcock, El estereoscopio de los solitarios, Edhasa, Barcelona, 2000, pp. 158-159.

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