El oso y el higo, Magdalena Lasala

lunes, 31 de octubre de 2011
Osezno, Deb Campbell

EL OSO Y EL HIGO

Un oso salió de su madriguera al final del invierno, topándose con una hermosa higuera que exhibía un higo temprano.
«Qué apetitoso está este higo, y qué bien saciaría mi hambre, después de meses de hibernación. Es lo que necesito», pensó.
Así que el oso se aproximó a la higuera, se colocó bien tieso debajo del higo y allí se quedó mirándolo.
El higo, percatado de su presencia y pensando que le gustaría ser saboreado por aquél, le preguntó:
—¿Qué haces ahí?
—Espero —dijo el oso.
—¿Qué esperas?
—Que caigas de la rama.
—¿Y por qué? —inquirió curioso el higo.
—Porque yo soy un oso y tú eres un higo. Yo tengo hambre y debo comer, y tú has brotado y debes ser comido.
—Es lógico lo que dices —contestó el higo—. Cuando te vi, pensé: ¡Qué lindo oso para cumplir con él la función de mi existencia! Tú y yo nos complementamos.
—Efectivamente —asintió el oso.
Hubo un silencio y el higo comentó perplejo:
—Así pues, tú deberías cogerme, y yo, jugoso y sabroso, me desharía en beneficiosas partículas de rico alimento dentro de ti.
A lo que el oso dijo:
—¡Oh, no! Tú debes soltarte de la rama y caer por tu peso, repleto de azúcar, al suelo, de donde yo te tomaré.
—Lo veo difícil —replicó el higo—. Estoy bien sujeto a la rama; no caeré, aunque mi piel ya se quiebra de tan maduro como está mi fruto. Antes alargarás la mano.
—Lo veo difícil —replicó a su vez el oso—. Estoy acostumbrado a esperar; aguardaré pacientemente, aunque mi estómago ya me duele de tan vacío que se siente. Antes caerás.
Pasó un poco de tiempo.
El higo se secó en la rama.
El oso se murió de hambre en el suelo.


Magdalena Lasala, Fábulas de ahora, Emecé, Barcelona, 2000, pp. 17-18.

Séptimo, Federico Fuertes Guzmán

domingo, 30 de octubre de 2011
Ilustración: Ocelott

SÉPTIMO

Abro los ojos y todo está oscuro. Se me ocurre decir la siguiente frase: haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras. Todo a mi alrededor cambia y me animo porque cuando he despertado no sabía quién era y ahora hay bastantes posibilidades de que sea el mismísimo Dios del universo (llenos están el cielo y la tierra de mi gloria).
Paso así los siguientes días. Me canso. Dios no se cansa nunca, así que lo más probable es que esté equivocado. El séptimo día, hundido y desencantado, lo dedico a dormir profundamente.
Mañana será otro día.


Federico Fuertes Guzmán, Los 400 golpes, e.d.a., Benalmádena, 2008, p. 51.

Las ciudades continuas. 2, Italo Calvino

sábado, 29 de octubre de 2011

LAS CIUDADES CONTINUAS. 2

Si al tocar tierra en Trude no hubiese leído el nombre de la ciudad escrito en grandes letras, habría creído llegar al mismo aeropuerto del que partiera. Los suburbios que tuve que atravesar no eran diferentes de aquellos otros, con las mismas casas amarillentas y verdosas. Siguiendo las mismas flechas se bordeaban los mismos jardines de las mismas plazas. Las calles del centro exponían mercancías embalajes enseñas que no cambiaban en nada. Era la primera vez que iba a Trude, pero ya conocía el hotel donde acerté a alojarme; ya había oído y dicho mis diálogos con compradores y vendedores de chatarra; otras jornadas iguales a aquéllas habían terminado mirando a través de los mismos vasos los mismos ombligos ondulantes.
¿Por qué venir a Trude?, me preguntaba. Y ya quería irme.
—Puedes remontar vuelo cuando quieras —me dijeron—, pero llegaras a otra Trude, igual punto por punto, el mundo está cubierto de una única Trude que no empieza ni termina, sólo cambia el nombre del aeropuerto.


Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Siruela, Madrid, 1994 (1972), p. 137.

En un lugar para huirse, Alejandra Pizarnik

viernes, 28 de octubre de 2011


EN UN LUGAR PARA HUIRSE

Espacio. Gran espera.
Nadie viene. Esta sombra.

Darle lo que todos:
significaciones sombrías,
no asombradas.

Espacio. Silencio ardiente.
¿Qué se dan entre sí las sombras?



Sombra, Anki King


Alejandra Pizarnik, La extracción de la piedra de la locura. Otros poemas, Visor, Madrid, 2007, página 36.

Recetas contra el frío, Virginia Aguilar Bautista

jueves, 27 de octubre de 2011

RECETAS CONTRA EL FRÍO

Con este ánimo de octubre, amor,
sólo cocinaré tristezas.

Hoy, puchero con garbanzos;
con arroz, al día siguiente.
Pasado,
una gran sopa de cebolla
con trozos del pan de ayer.

El otoño se ha de servir, sin llantos,
en plato hondo.


Sopa, Corinna Button



Virginia Aguilar Bautista, Seguir un buzón, Renacimiento, Sevilla, 2010, p. 30.

La realidad y el deseo, Roger Wolfe

miércoles, 26 de octubre de 2011
LA REALIDAD Y EL DESEO

«Miras la luna nueva
—me solía decir mi madre—
y cierras después los ojos.
Y luego formulas un deseo.»
Lo estuve haciendo durante años.
Era mágico.
O eso me parecía.
Pero hoy miro la luna
con los ojos bien abiertos.
He aprendido.
Quizá por suerte los deseos
nunca se materializan.

Noche de luna nueva #2, Victoria Veedell


Roger Wolfe, Afuera canta un mirlo, Huacanamo, Barcelona, 2009, p. 52.

Ex libris, Juan Armando Epple

martes, 25 de octubre de 2011
Amor a los libros, Anna Sponer


EX LIBRIS

A Justo Alarcón

La promisoria escritora y el crítico perspicaz pero benevolente decidieron casarse. A los nueve meses justos tuvieron un hermoso libro, de tapas azules y del género femenino, como ella había soñado. La joven se sentía realizada con su primogénita, que ya empezaba a caminar y prometía varias ediciones. Pero el crítico se volvió algo hosco y taciturno, porque en su fuero interno había deseado un primogénito, y ahora soñaba al menos con la parejita. Por suerte, al cabo de dos años les llegó la segunda criatura, un robusto varón que pesó varias libras. El padre, orgulloso, organizó un lanzamiento en la Sociedad de Escritores.
Los sacaban a pasear los domingos, bajo el brazo, para que todos admiraran su originalidad, les compraban tapas nuevas para los cumpleaños, los llevaban a las oficinas de los suplementos literarios para que los redactores notaran lo bien que hablaban.
Cuando llegó el momento de prepararlos para la sociedad, los enviaron a la biblioteca pública, porque no tenían dinero, y allí los matricularon en secciones diferentes.
Con los años se fueron olvidando de ellos. Comenzaron las desavenencias teóricas, las recriminaciones estilísticas, el sentido de culpa, sólo te preocupaba uno y abandonaste al otro, les contagiaste tu complejo de inferioridad, en qué pasillos se habrán perdido cuando te olvidaste de ir a visitarlos, nunca has pensado en lo sensible que son los primeros libros.
El padrino de matrimonio, alarmado, les aconsejó que buscaran la ayuda de un alienista literario. Acudieron a un profesor de literatura, un tipo bastante escéptico pero mal pagado, y éste prometió buscar los libros y rescatarlos.
Los padres esperan ahora esa monografía.


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, pp. 88-89.

La disyuntiva, Juan José Arreola

lunes, 24 de octubre de 2011
Luna acuática, Kota Neelima


LA DISYUNTIVA
Homenaje a Sören Kierkegaard

El error está en decidirse. No le diga usted ni sí ni no. Empuñe resueltamente los dos extremos del dilema como las varas de una carretilla y empuje sin más con ella hacia el abismo. Cuidando, claro, de no irse otra vez como la soga tras el caldero.
No la oiga gritar. Recobre inmediatamente el equilibrio entre temor y temblor. Recuerde que la cuerda es floja y que usted irá por la vida ya para siempre en monociclo.
La rueda de este vehículo intelectual puede ser una pieza de queso parmesano o la imagen de la luna sobre el agua, según temperamento.


Juan José Arreola, Palindroma, Joaquín Mortiz, México D.F., 1974 (1971), p. 63.

Pinceladas, Juan Armando Epple

domingo, 23 de octubre de 2011
PINCELADAS

El joven artista Adolfo Hitler fue aceptado en la Academia de Bellas Artes de Viena. En poco tiempo pasó del fatigoso ejercicio de la pintura figurativa a la experimentación vanguardista que escandalizaba a sus maestros y entusiasmaba a su generación.
En los años veinte se le vio frecuentando los cafés de Múnich, ostentando el traje oscuro y la boina roja que habían puesto de moda sus congéneres de París.
La socialdemocracia ganó las elecciones parlamentarias y se inició una nueva era de reformas en el Reichtang.
En 1941 cumplió su sueño de visitar Francia. Hay una foto en que se le ve admirando la ciudad, frente a la torre de Eiffel.

Hitler en París, Heinrich Hoffmann


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 57.

Codex, Radiohead & envoyealaliberte

sábado, 22 de octubre de 2011
CODEX

Sleight of hand,
Jump off the end.
Into a clear lake,
No one around.

Just dragonflies,
Flying to the side.
No one gets hurt,
You've done nothing wrong.

Slide your hand,
Jump off the end.
The water's clear and innocent.
The water's clear and innocent.



Radiohead, The King of Limbs, XL Recordings, 2011.



Viejo camarero, Miguel Salas Díaz

viernes, 21 de octubre de 2011


VIEJO CAMARERO

Una chica dormita sobre un libro.
Bajo la blanca blusa
el jardín infinito de la carne.
Primavera perpetua,
joya lejana y líquida
que no arderá jamás en estas manos
que aguantan, temblorosas, la bandeja
cargada de cafés y decepciones.




Camarero en el Anthony, Kathy Weber


Miguel Salas Díaz, Las almas nómadas, Hiperión, Madrid, 2011, p. 17.

Tus ojos, Luis Alberto de Cuenca

jueves, 20 de octubre de 2011


TUS OJOS

Y tus ojos, tus pétalos de luz,
aquellos ojos que resumían el estío,
vasijas de pureza,
agonizan de sombra en su prisión de nieve
y de silencio.
El mundo es una catedral helada.


San Petersburgo. Catedral de San Isaac, Irina Khovrina


Luis Alberto de Cuenca, De amor y de amargura, edición, selección y prólogo de Diego Valverde Villena, Renacimiento, Sevilla, 2005, p. 34.

Las ciudades y los muertos. 4

miércoles, 19 de octubre de 2011
Desierto oscuro, Chris Grumbkow


LAS CIUDADES Y LOS MUERTOS. 4

Lo que hace a Argia diferente de las otras ciudades es que en vez de aire tiene tierra. La tierra cubre completamente las calles, las habitaciones están repletas de arcilla hasta el cielo raso, encima de los techos de las casas pesan estratos de terreno rocoso como cielos con nubes. Si los habitantes pueden andar por la ciudad ensanchando las galerías de los gusanos y las fisuras por las que se insinúan las raíces, no lo sabemos: la humedad demuele los cuerpos y les deja pocas fuerzas; les conviene quedarse quietos y tendidos, de todos modos está tan oscuro.
De Argia, desde aquí arriba, no se ve nada; hay quien dice: «Está allá abajo» y no queda sino creerlo; los lugares están desiertos. De noche, apoyando la oreja en el suelo, se oye a veces golpear una puerta.


Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Siruela, Madrid, 1994 (1972), p. 135.

[Este pájaro...], Raúl E. Narbón

martes, 18 de octubre de 2011


Este pájaro
desnutrido en mi mano
canta un pío pío
que da un poco de asco,
pero también hay veces
que de fuego se calcina.

Pero yo vine aquí
para decir: el fuego.
Míralo, cómo se apaga.


Raúl E. Narbón

Pájaro ardiente, Alex Tennigkeit



Luna Miguel
(ed.), Tenían veinte años y estaban locos, La Bella Varsovia, Córdoba, 2011.

En el bosque, Juan Armando Epple

lunes, 17 de octubre de 2011


EN EL BOSQUE

La Abuela encuentra al Leñador oculto entre las sábanas y lo interpela: ¿qué buscas aquí, viejo libidinoso, disfrazado de Lobo?
El Lobo le responde: lo mismo que tú, vieja curiosa, disfrazada con esa ridícula capa de niñita.



Bosque negro, Alexander Surkoff


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 94.

Las ciudades y los ojos. 1, Italo Calvino

domingo, 16 de octubre de 2011
Pintura abstracta: Lago, Gehrard Richter


LAS CIUDADES Y LOS OJOS. 1

Los antiguos construyeron Valdrada a orillas de un lago, con casas todas de galerías una sobre otra y calles altas que asoman al agua parapetos de balaustres. De modo que al llegar el viajero ve dos ciudades: una directa sobre el lago y una de reflejo, invertida. No existe o sucede algo en una Valdrada que la otra Valdrada no repita, porque la ciudad fue construida de manera que cada uno de sus puntos se reflejara en su espejo, y la Valdrada del agua, abajo, contiene no sólo todas las canaladuras y relieves de las fachadas que se elevan sobre el lago, sino también el interior de las habitaciones con sus cielos rasos y sus pavimentos, las perspectivas de sus corredores, los espejos de sus armarios.
Los habitantes de Valdrada saben que todos sus actos son a la vez ese acto y su imagen especular que posee la especial dignidad de las imágenes, y esta conciencia les prohíbe abandonarse ni un solo instante al azar y al olvido. Cuando los amantes mudan de posición los cuerpos desnudos piel contra piel buscando cómo ponerse para sacar más placer el uno del otro, cuando los asesinos empujan el cuchillo contra las venas negras del cuello y cuanta más sangre grumosa sale a borbotones, más hunden el filo que resbala entre los tendones, incluso entonces no es tanto el acoplarse o matarse lo que importa como el acoplarse o matarse de las imágenes límpidas y frías en el espejo.
El espejo acrecienta unas veces el valor de las cosas, otras lo niega. No todo lo que parece valer fuera del espejo resiste cuando se refleja. Las dos ciudades gemelas no son iguales, porque nada de lo que existe o sucede en Valdrada es simétrico: a cada rostro y gesto responden desde el espejo un rostro o gesto invertido punto por punto. Las dos Valdradas viven la una para la otra, mirándose constantemente a los ojos, pero no se aman.


Italo Calvino, Las ciudades invisibles, Siruela, Madrid, 1994 (1972), pp. 67-68.

Tesoros escondidos, Margo Glantz

sábado, 15 de octubre de 2011
Dinero de sobra, Victor Dubreuil

TESOROS ESCONDIDOS

El emperador Vespasiano estableció un impuesto sobre la orina. Lo cuenta Suetonio en su libro sobre los césares. Tito, su hijo, se lo recriminó. Vespasiano le acerca a la nariz la primera moneda obtenida por ese impuesto y le pregunta: ¿huele mal? No, dice Tito, y sin embargo, este dinero proviene de algo sucio.
Más tarde, Constantino, igualmente sensible al desaseo, aplicó a su vez un impuesto sobre los excrementos humanos y animales, bautizados por la gente como oro lustral o de expiación.
Debían pagar impuestos los mendigos, los comerciantes, las prostitutas, los traficantes, quienes por ese solo hecho se equiparaban a los perros, los asnos y las bestias de carga.
Gracias a esa alquimia, el mal olor se transformaba en oro.
Y es bien sabido que el dinero no tiene olor.


Margo Glantz, Saña, Pre-Textos, Valencia, 2007, p. 189.

[A usted le doy una flor...], José Ángel Valente

viernes, 14 de octubre de 2011
Mujer con flores silvestres, Odilon Redon

A usted le doy una flor,
si me permite,
_____________un gato y un micrófono,
un destornillador totalmente en desuso,
una ventana alegre.
Agítelos.
_________Haga un poema
o cualquier otra cosa.
Léasela al vecino.
Arrójela feliz al sumidero.
_______________________Y buenos días,
no vuelva nunca más, salude
a cuantos aún recuerden
que nos vamos pudriendo de impotencia.


José Ángel Valente, Noventa y nueve poemas, Alianza, Madrid, 2001 (1981), p. 165.

[En el mundo...], Carlos Edmundo de Ory

jueves, 13 de octubre de 2011
Alas de mariposa, Romina Rosich


En el mundo todo se cierra y se abre, se abre y se cierra. La noche cierra al día y el día cierra a la noche. Los hijos cierran a sus padres y los padres a sus abuelos. Y cuando la mariposa cierra sus alas, un niño abre su mano.


Carlos Edmundo de Ory, Aerolitos, El Observatorio, Madrid, 1985.

El hombre de hielo, Federico Fuertes Guzmán

miércoles, 12 de octubre de 2011
Hombre de hielo, Waldemar Sorychta

EL HOMBRE DE HIELO

Mientras dirige el agua caliente desde el grifo hasta sus zonas íntimas la fogosa Dolly sonríe: «No ha estado mal, pero a ratos parece un hombre de hielo». Terminados los ritos de higiene vuelve al salón dispuesta a contagiarle su calor. Sus pechos necesitan otro baile y se desbordan inquietos por las fronteras de la toalla. Pero el hombre de hielo no está. Dolly no comprende nada y llora. Sus lágrimas se mezclan con un enorme charco aparecido frente a la chimenea. ¿Por qué se ha marchado y dejado su ropa tirada frente al fuego? No hay explicación. Dolly añade nuevos troncos al fuego y enciende un cigarro. ¿Qué he hecho mal, hombre de hielo?


Federico Fuertes Guzmán, Los 400 golpes, e.d.a., Benalmádena, 2008, p. 94.

Hombres de maíz, Juan Armando Epple

martes, 11 de octubre de 2011
Campo de maíz, Linda Callaghan

HOMBRES DE MAÍZ

Creció entre los choclos de una modesta chacra de Limache leyendo novelas de vaqueros y soñando con las doradas praderas del lejano Oeste norteamericano. Cuando lo expulsaron del país fue a parar a un pueblito de Ohio. Allí trabajó varios años en una tediosa fábrica procesadora de maíz, añorando los verdes campos de Limache. Ahora vive en una granja de Limache, fastidiando a los vecinos con sus historias sobre la fabulosa extensión de los maizales dorados de Ohio.



Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 43.

Estornino, Antonio Cabrera

lunes, 10 de octubre de 2011


ESTORNINO
(Sturnus sp.)


Otoño urbano.
El crepúsculo bulle
hasta apagarse.





Antonio Cabrera, Tierra en el cielo, Pre-Textos, Valencia, 2001, p. 75.

Démons et merveilles, Julio Cortázar

domingo, 9 de octubre de 2011
El sueño, Frida Kahlo

DÉMONS ET MERVEILLES

De colinas y vientos
de cosas que se denominan para entrar
como árboles o nubes en el mundo

De enigmas revelándose en las lunas
rotas contra el aljibe o las arenas
yo he dicho y esperado

Creo que nada vale contra esta caricia
abrasadora que sube por la piel
Ni el silencio, ese desatador de sueños

Vivir
oh imagen para un ojo cortado
boca arriba perpetuo

Julio Cortázar

Lobotomías, Juan Armando Epple

sábado, 8 de octubre de 2011
La persistencia de la memoria, Salvador Dalí

LOBOTOMÍAS

Dicen que antes de la invención de los rayos láser la gente tenía muchos problemas para organizar su pasado. Es decir, tenían que recordar y olvidar por sí mismos. No como ahora, que basta ir a la clínica, llenar el formulario y poner, por ejemplo, bórreme el año 1973, esa canción que comienza hoy la vi, yo estaba en el bar, el examen final de latín, la frase que me citaron en el estacionamiento de autos, todo lo que tiene que ver con el nombre de Laura, o rescáteme en detalles la función de matinée de Los paraguas de Cherburgo, la fiesta de graduación pero sólo hasta las diez de la noche, mi abuelo cuando me lleva al circo y tengo cinco años. La tarde en el café Paula, ésa donde la mayonesa del croissant dejó una mancha apetecible en la comisura de sus labios.


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 72.

Un boceto de 1844, Tomas Tranströmer

viernes, 7 de octubre de 2011
Lluvia, vapor y velocidad, William Turner


UN BOCETO DE 1844

El rostro de William Turner está ocre de intemperie;
tiene un caballete al extremo de las rompientes.
Seguimos el cable verde plateado hacia el abismo.

Él vadea por el llano reino de los muertos.
Llega un tren. Acércate. Lluvia,
lluvia avanza sobre nosotros.




Tomas Tranströmer, El cielo a medio hacer, Nórdica, Madrid, 2010, página 202.

Zenón y el tren, Federico Fuertes Guzmán

jueves, 6 de octubre de 2011
La flecha de Zenón, René Magritte

ZENÓN Y EL TREN

Zenón. Las paradojas. La flecha que nunca llega a su destino, el corredor que jamás alcanzará la meta. Buenas teorías. Pero escuche mi problema y actúe.
Mi novia es Celinda. Mi amante, Belinda. Los hermanos de la Celi tomando una cinta adhesiva, colocándola en mi boca, pasándome unas cuerdas alrededor del cuerpo, introduciéndome en el fondo del maletero de un coche negro. Vamos por caminos sin asfalto hasta llegar a un paso a nivel sin barrera. Me depositan atravesado en la vía: mi cuello en un raíl, mis piernas en el otro. Se van. Llega el tren. Es una luz allá lejos, querido amigo Zenón, una luz que se acerca y silba. Y sus paradojas ahí, sin hacer nada, plantadas como pasmarotes con sus inútiles trajes teóricos.



Federico Fuertes Guzmán, Los 400 golpes, e.d.a., Benalmádena, 2008, p. 70.

Epitafio, Albert Calls i Xart

miércoles, 5 de octubre de 2011
La tumba del pastor, Edwin Landseer

EPITAFIO

Un día decidió que estaba harto de vivir.
Caminó hasta el cementerio municipal con una lápida bajo el brazo que le había encargado al marmolista.
Buscó un lugar con césped, por estética. Cavó un hondo agujero con una pala que había pedido prestada al sepulturero. Después se sentó a meditar cuál sería su epitafio, que había previsto escribir con un rotulador Edding 2000 sobre la piedra.
Cuarenta y ocho horas después la idea no llegaba y optó por seguir vivo, consciente de que aquel era el mejor epitafio que podía escoger.



Un diez. Antología del nuevo cuento catalán, Páginas de espuma, Madrid, 2006, p. 122.

Ave Fénix, Carlos Almira

martes, 4 de octubre de 2011

AVE FÉNIX

Don Víctor Quintanar descubrió que podía convertir sus emociones en seres reales: su miedo en una liebre, su ansiedad en una ardilla, su cólera en un oso. Pero si intentaba, por ejemplo, hacer surgir un hipopótamo o un león, fracasaba. Tampoco podía crear seres mitológicos ni monstruos del tipo de la quimera, el grifo o el unicornio.
Empezó a ir solo a cierto descampado. Comprobó, con satisfacción, que sus osos y sus lobos, siendo reales, eran inofensivos para él, y que ni las becadas ni los venados le huían. Todos aquellos seres además, se esfumaban en cuanto desaparecía la emoción correspondiente. Pero, ¿qué pasaría si perdía los estribos en su casa o en la calle, en el casino o en la iglesia?
Una tarde que perdía al tresillo vio una víbora deslizarse bajo el tapete verde; ese mismo domingo un mochuelo descomunal sobrevoló sigiloso la nave de la catedral brotando del pañuelo tras el que bostezaba.
Por esa época su mujer empezó a coquetear con don Álvaro Mesía. Don Víctor Quintanar husmeaba el aire impregnado de secreciones amorosas; auscultaba los más leves sonidos del ilícito cortejo; vislumbraba las formas escurridizas de los amantes en las tinieblas de las habitaciones.
Decidió sorprenderlos y castigarlos con un oso o al menos, una jauría de lobos, pero sólo le salió un Ave Fénix.


Carlos Almira, Fuego enemigo, Nowevolution, Madrid, 2010, p. 71.

Días de octubre de 1996, José Ángel Valente

lunes, 3 de octubre de 2011
Bosque de hayas, Gustav Klimt


El amarillo, el verde, el encendido
rojo sólo para morir
bajo el tendido velo del otoño.

La luz no está en la luz, está en las cosas
que arden de luz tenaz bajo la lluvia.

Nada tiene más fuego en sus entrañas
que la melancolía ardiente de esta hora.

Nada tiene más fuego que la ausencia.

¿Llorar?
__________Lloradme nunca.
___________________________Me he perdido
con el aire en las bóvedas tan bajas
de un cielo que, piadoso, me disuelve.

(Días de octubre de 1996)



José Ángel Valente, Fragmentos de un libro futuro, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2000, p. 71.

Notturno 223, Luna Miguel

domingo, 2 de octubre de 2011
Parada de autobús, Cristian Kasi

NOTTURNO 223

El neón de siempre azota mi camisa
y traspasa los cristales
del transporte en el que habito.

Autobuses circulares,
ruedas blancas,
búhos.

Giran como giró el miedo en mi estómago
el día seis de mayo de 2009,
a las ocho cero cero horas,
durante el accidente.

Siluetas,
campos de óxido,
prostitutas negras.

Olvido el kilómetro presente.
Escucho el mareo de quien no viaja.

Aquí no existe el pánico:

ticket
asiento áspero
olor.

Reconozco mi reflejo en los cristales,
le pregunto qué poema escribiré esta noche
qué tragedia escribiré esta noche
con qué temor escribiré esta noche.

Prostitutas del polígono.
Retrato Nuevas Musas y ellas me regalan
el último verso:

autobús nocturno,
dársena 10.

Tiempo recuperado en los transportes públicos.



Luna Miguel, Poetry is not dead, DVD, Barcelona, 2010, pp. 33-34.

[Mi ángel de la guarda...], Charles Simic

sábado, 1 de octubre de 2011
Velo de oscuridad, Robert S. Lee


Mi ángel de la guarda tiene miedo a la oscuridad. Finge que no, me hace ir delante, me dice que en un momento estará conmigo. Casi enseguida no puedo ver nada. «Éste debe de ser el rincón más oscuro del cielo», alguien me susurra a la espalda. Resulta que el ángel de la guarda de ella también ha fallado. «Es un atropello», le digo a ella. «El asqueroso cobardica nos ha dejado solos», susurra ella. Y por supuesto, por lo que sabemos, yo podría tener ya cien años, y ella ser sólo una chiquilla con gafas que tiene sueño.


Charles Simic, El mundo no se acaba y otros poemas, DVD, Barcelona, 1999, p. 57.