Las dos mitades, Ana María Shua

martes, 29 de noviembre de 2011
Amantes, Marc Chagall

LAS DOS MITADES

Charles Tripp, el hombre sin brazos, se ganaba la vida como carpintero antes de entrar en circo. Eli Bowen, el acróbata sin piernas, tenía dos pequeños pies de diferente tamaño que nacían de sus caderas y era considerado el más buen mozo de los artistas de circo. En una de sus actuaciones conjuntas Bowen conducía una bicicleta mientras Tripp pedaleaba. Los espectadores aplaudían como tontos, sin darse cuenta de todo lo que podríamos hacer si tuviéramos esa otra mitad de la que nada sabemos, la mitad que nos falta, la otra parte de estos cuerpos inacabados que sólo por ignorancia imaginamos completos.


Ana María Shua, Fenómenos de circo, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, p. 95.

[A veces arrastramos...], Andrés Neuman

lunes, 28 de noviembre de 2011






A veces arrastramos a los otros hacia nuestra oscuridad, cuando lo que queríamos era pedirles que encendieran la luz.








Bombilla ardiente, Erik Christian



Andrés Neuman, El equilibrista (Aforismos y microensayos), Acantilado, Barcelona, 2005.

El gran espectador, Flavia Company

domingo, 27 de noviembre de 2011
Teatro pobre, Gregori Maiofis

EL GRAN ESPECTADOR

Cuando Miriam conoció a Piotr tuvo la certeza de haber topado con su príncipe azul.
La primera vez que lo vio fue tras una actuación en el Teatro Principal. Piotr esperó junto a su camerino y, al verla salir, le ofreció un ramo de rosas blancas incontables y una sonrisa silenciosa, después de la cual desapareció hasta una semana más tarde, en que se presentó de la misma manera para hacer exactamente lo mismo.
Las ayudantes de Miriam observaban con cierto recelo el extraño comportamiento de aquel hombre singular, y no dejaban de aconsejarle que se anduviese con cuidado. Entre tanto, uno de los técnicos de luces se enteró de que Piotr era un multimillonario soltero conocido por sus imaginativas excentricidades, característica que nadie supo etiquetar, pues igual podía ser positiva que todo lo contrario.
La tercera vez que Piotr acudió al teatro, provisto también de un gigantesco ramo de flores —en esa ocasión se trataba de rosas rojas—, no solo esperó a la salida del camerino, no solo le ofreció a Miriam sus flores sino que, además, habló con ella para felicitarla por su fastuosa interpretación y declararle su más rendida y eterna admiración.
Halagada hasta el no va más, Miriam ansiaba que llegara el momento en que Piotr la invitara a cenar, a compartir unas horas con él. Lo habría invitado ella, pero era orgullosa como todas las divas y temía llevarse algún chasco, de modo que prefirió esperar.
Piotr siguió visitándola con el mismo ritual cada vez: la espera, la entrega de flores, las lisonjas. Miriam llegó a salir al escenario impaciente por acabar la obra y ver si, aquel día, se producía al fin algún cambio. Piotr ocupaba todos sus sueños, tanto los que tenía dormida como los que la invadían despierta.
Por fin una noche, al salir al escenario, Miriam se percató de que solo había un espectador. Supo inmediatamente que se trataba de Piotr. Se entregó como nunca a su arte. No le cabía ninguna duda de que su admirador había por fin decidido expresarle sus sentimientos.
Pero no fue así. Tras aquella mágica noche en que no hubo declaración ni petición alguna, Piotr siguió siendo, nada más, el gran espectador —así lo habían bautizado en la compañía—. Se convirtió en el platónico amor de Miriam quien, despechada no se sabía muy bien por qué, se casó con otro hombre que jamás acudió al teatro a verla actuar. Ya se sabe que la persona junto a la que alguien se pasa la vida no siempre es la misma que consigue llegarle al corazón.


Titular: «Un multimillonario serbio adquiere el aforo completo del mayor teatro belgradés para asistir a solas a la actuación de una artista».


Flavia Company, Trastornos literarios, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, pp. 253-254.

[Dónde dejar...], Alejandra Pizarnik

sábado, 26 de noviembre de 2011
Huesos y flores, Maia Spall


Dónde dejar mis ojos,
cuándo augurarles una estación amable.
Quiero decir:
lo que muero cada noche,
mis huesos torcidos por abrazar una sombra.



Alejandra Pizarnik, Poesía completa, Lumen, Barcelona, 2000, p. 323.

Nos pasa a todos, Ana María Shua

viernes, 25 de noviembre de 2011
En el circo, Marc Chagall

NOS PASA A TODOS

Si la contorsionista tiene artrosis y el trapecista sufre de vértigo, si a la ecuyere se le rompió el menisco por desgaste y el mago perdió los reflejos, si el malabarista tiene presbicia y una tendinitis supraespinal le impida al domador hacer restallar el látigo, qué importa, la vejez no existe. Se tiene la edad de los sueños, la edad de los deseos, la edad de la más joven de tus amantes, la edad de tu corazón. Y siempre habrá algún lugar para nosotros en el circo: solo se trata de maquillarnos un poco más cuando los años nos conviertan a todos en payasos.


Ana María Shua, Fenómenos de circo, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, p. 72.

Protección, Julián Sánchez Caramazana

jueves, 24 de noviembre de 2011





PROTECCIÓN


Las luces no están lejos. Así se lo asegura su ángel de la guarda. Lástima que no sean las del aeropuerto.







Ángel falsificado, Teerawat Puttaworrachai



Julián Sánchez Caramazana, Venidos del miedo, Páginas de Espuma, Madrid, 2007, p. 66.

[Dormir], Carlos Edmundo de Ory

miércoles, 23 de noviembre de 2011



Cuando no puedas dormir de noche, recuerda que has estado alguna vez dormido.


Cuando estés dormido acuérdate de despertar.




Carlos Edmundo de Ory, Aerolitos, El Observatorio, Madrid, 1985.

After such pleasures, Julio Cortázar

martes, 22 de noviembre de 2011

AFTER SUCH PLEASURES

Esta noche, buscando tu boca en otra boca,
casi creyéndolo, porque así de ciego es este río
que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados,
qué tristeza nadar al fin hacia la orilla del sopor
sabiendo que el placer es ese esclavo innoble
que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo.

Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar
ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas
ni esperanza.
Solo en mi casa abierta sobre el puerto
otra vez empezar a quererte,
otra vez encontrarte en el café de la mañana
sin que tanta cosa irrenunciable
hubiera sucedido.
Y no tener que acordarme de este olvido que sube
para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos
y no dejarme más que una ventana sin estrellas.


Julio Cortázar

Ausencias, Mario Benedetti

lunes, 21 de noviembre de 2011

AUSENCIAS

Las cosas que nos faltan, cuántas cosas. Las que quedaron en el camino o nunca accedieron a él. Quien más, quien menos, todos llevamos una filatelia de las ausencias.
Hay partidas, adioses de los que no volvieron ni volverán. Aun en las mejores y conquistadas alegrías, sobreviene de pronto un vacío y nos quedamos taciturnos, solos, tiernamente desolados.
Por suerte cuando soñamos vuelven todos, los que todavía son y los que fueron. Y abrazamos fantasmas, almas en pena y almas en gloria. Ellos nos cuentan su impiadosa sobrevida, aunque, eso sí, marcando siempre su territorio, que es sólo invierno.
Su exilio tan pasivo, tan inerte, no está consolidado. Con su martirio, nos martirizamos, quizá porque sabemos que todo eso acaba en un opaco despertar. Viene entonces la fase de ojos abiertos, también llamada insomnio. Allá arriba esta el cielo raso, con la araña de siempre en su rincón de redes. Nos faltan manos para acariciar, labios para besar, cintura que estrechar, cuerpo que penetrar. Todo es ausencia.


Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 56.

[Llamo dominguerismo...], Roger Wolfe

domingo, 20 de noviembre de 2011


Llamo dominguerismo al «ya se verá», a esperar hasta mañana, a guardar las cosas en el cajón. A vivir la vida como quien compra lotería, aguardando un respiro que jamás llegará. Hoy no es «siempre todavía»; hoy es siempre nunca más.


Roger Wolfe, Siéntate y escribe, Huacanamo, Barcelona, 2011, p. 74.

[Volver a empezar], Haruki Murakami

sábado, 19 de noviembre de 2011
Habitación oscura, Philip Guston


«¿Es esto un nuevo punto de partida?»
Metido en el saco de dormir, Ushikawa se encogió como una larva de cigarra y miró hacia el techo oscuro. Le dolían todos los músculos por haber permanecido tanto tiempo en la misma postura. Tiritar de frío, cenar un anpan frío, vigilar el portal de un viejo edificio a punto de ser demolido, sacar fotos a hurtadillas a esos infelices, orinar en un cubo de la limpieza: ¿era eso lo que significaba «volver a empezar»? Entonces cayó en la cuenta de algo. Se arrastró fuera del saco de dormir, vació la orina del cubo en el inodoro y tiró de la floja palanca de la cisterna. No tenía malditas ganas de salir del saco calentito, y había pensado en dejarlo como estaba, pero si, por despiste, tropezase con el cubo a oscuras, armaría un estropicio. Después regresó al saco y estuvo tiritando otro rato.
«¿Es esto lo que significa volver a empezar?»
Quizá sí. Ya no le quedaba nada más que perder. Excepto su vida. En medio de la oscuridad, Ushikawa esbozó una sonrisa semejante a una cuchilla muy fina.


Haruki Murakami, 1Q84 (Libro 3), Tusquets, Barcelona, 2011, p. 188.

[Vuelvo al origen...], Laura Rosal

viernes, 18 de noviembre de 2011
Origen, crecimiento y decisión, Ryan Buffington


Vuelvo al origen.
Vuelvo
Como un animal herido.
Como un poeta
Con la mano en la garganta.
Vuelvo.

Estoy donde debo.

Y sin embargo, nada me pertenece.
No es mío este jardín.
No estas ventanas sin respuesta.

Y entonces, el vino no me salva
Y el origen es solo
Un cerrar los ojos.
Mirar al vacío, desafiante.

Dejar caer la vida,
Rogarle que no duela.


Luna Miguel (ed.), Tenían veinte años y estaban locos, La Bella Varsovia, Córdoba, 2011.

Voluntad de estilo, Juan Armando Epple

jueves, 17 de noviembre de 2011
Libro de redacción, Kariann Blank


VOLUNTAD DE ESTILO
A Jorge Montealegre

Cuando descubrieron su asombrosa imaginación, los padres, los editores de revistas y hasta los agentes literarios comenzaron a asediarlo para que publicara sus textos. Vas a revolucionar la literatura, vas a ganar mucho dinero, vas a alcanzar la gloria. Entonces se dedicó a escribir para satisfacer las expectativas de sus benefactores, los parámetros de la crítica y las necesidades del mercado. Los relatos fueron publicados con la debida publicidad, participó en debates televisivos, autografió ejemplares, pero la inspiración y la fama se le agotaron muy pronto. Sólo cuando volvió al anonimato, ahora hambriento y decepcionado con la literatura, supo que su mejor obra la había escrito no para el público sino para la señorita Gloria, su maestra, que solía devolverle los textos marcando con su letrita doctoral Muy bueno, Bueno, Regular, saboreando de paso sus manzanas.


Juan Armando Epple, Con tinta sangre, Thule, Barcelona, 2004, p. 98.

Final, Rainer Maria Rilke

miércoles, 16 de noviembre de 2011



FINAL

La muerte es grande.
Somos los suyos
de riente boca.
Cuando nos creemos en el centro de la vida
se atreve ella a llorar
en nuestro centro.





Sin título (Máscara de la muerte), Arnulf Rainer



Rainer Maria Rilke, Nueva antología poética, Espasa Calpe, 2008 (1999), p. 129.

[La santera...], Rubén Abella

martes, 15 de noviembre de 2011
Bodegón con tarot, Carol Barbour


La santera le dijo que nunca conseguiría darle esquinazo a la pobreza. Se casaría tres veces, dos de ellas sin amor. Tendría cuatro hijos, todos sanos menos el último, que le saldría retrasado y cojo. Cerca del ecuador de su vida enfermaría gravemente por culpa de un pescado frito en mal estado. En las alucinaciones de la fiebre le vería el rostro a la muerte. Sin embargo, el final aún tardaría muchos años en llegar. Sobreviviría a todos los suyos y, fuera ya del tiempo, apergaminada por una vejez insólita, moriría sola en una casa sin muebles.
—Las cartas no mienten —le aseguró.
Yaisí salió a la calle acongojada por los designios de Orula. Caminó sin rumbo por las calzadas empedradas, convocando con todas sus fuerzas el olvido, anhelando el imposible retorno a la ignorancia.


Rubén Abella, No habría sido igual sin la lluvia, NH, Madrid, 2008, p. 102.

Siempre o nunca, Mario Benedetti

lunes, 14 de noviembre de 2011
Engranaje del reloj, Man Ray

SIEMPRE O NUNCA

Hay quienes confunden la palabra siempre con la eternidad. Antes que nada conviene aclarar que la eternidad es un cuento chino. En cambio, siempre sí existe: es una permanencia o más bien una rebanada de tiempo. Si uno dice: «En invierno siempre me resfrío», ya le está poniendo un límite, porque su vigencia no alcanza, digamos, a la primavera. O sea que se trata de una permanencia con límites. Si un hombre y una mujer se casan, creen estar unidos para siempre, y se olvidan de que en el peor de los casos ese siempre puede concluir en un divorcio, y en el mejor puede durar hasta que uno de ambos estire la pata o acaben juntos en un accidente aéreo.
Ahora bien, siempre es antónimo de nunca, y ésta sí es una palabra definitiva: cuando cierra el portal no pasa nadie, ni siquiera un misil.
Hay quienes consideran al reloj como un símbolo de siempre, porque su aguja da vueltas y vueltas y pasa y repasa por el mismo número, por la misma hora, pero en uno de sus giros puede agotarse la pila o atracarse la cuerda, y el reloj se queda sin siempre. O sea que esa palabra puede ser una vida o también un soplo instantáneo.
«Siempre fue antaño mejor que hogaño» dice el refrán, pero los refranistas a menudo exageran. Aun así, cuando en la infancia decimos siempre, la palabra abarca kilómetros y alegre pompa, pero cuando, ya octogenarios, decimos siempre, nos basta con un bostezo y también una pompa, pero fúnebre.
Lo más prudente es habilitar dos bolsillos del chaleco: uno para guardar a siempre y otro para esconder a nunca.



Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 111.

Encuentro fugaz, Vladimir Holan

domingo, 13 de noviembre de 2011
Asurbanipal cazando, Jim Tzelepis


ENCUENTRO FUGAZ

Cuando la vida, la vida desaparecida hace ya mucho,
empieza a tostar avena para los caballos muertos en un lejano desierto
y luego, montada en ellos, viene hacia nosotros,
algún ser viviente toma en sus temblorosas manos
un ladrillo de la biblioteca de Asurbanipal
y meditando abandona el presente...
Tras un breve momento ambos se encuentran en algún lado del espacio,
pero sin detenerse siguen volando cada uno en distinta dirección,
ya que podrían reconocerse...


Vladimir Holan, Avanzando, Nacional, Madrid, 1982, p. 71.

Nadie es perfecto, Flavia Company

sábado, 12 de noviembre de 2011
Enlace peligroso, René Magritte

NADIE ES PERFECTO

«Tengo los ojos verdes, de un verde muy oscuro, rasgados, grandes. Hay gente que dice que dan miedo, porque miro con mucha intensidad. ¿Qué más? Pues tengo la boca un poco grande, con los labios bastante gruesos. Cuando me río parezco qué sé yo qué. Pelirroja, con una melena rizada hasta la cintura, muy abundante, sedosa. Casi siempre llevo el cabello recogido con cintas negras. No soy demasiado alta, la verdad, un metro sesenta y ocho. Más bien delgada, pero proporcionada, ya me entiendes. No soy especialmente huesuda. O sea, tengo de todo. No es que sea musculosa, pero he hecho bastante gimnasia y estoy en forma. Piernas largas, manos finas, pies estrechos, vientre liso. No sé si me imaginas. La piel... suave, tirando a morena. Y en verano, dorada. Me paso horas tumbada al sol. Con cremas protectoras, claro. Me encanta. Tengo veintitrés años recién cumplidos, aunque aparento alguno menos. Visto ropa casi siempre ajustada, vaqueros, minifaldas y prendas cómodas de algodón, excepto en ocasiones especiales, en que me pongo mis zapatos negros con tacones y demás. ¿A ti cómo te gusta que vistamos las mujeres, Kike? ¿Y tú, cómo eres?».
Pedro le dio al «Enter» y vio aparecer el texto que acababa de escribir en la ventana del privado que le había abierto al tal Kike. El «nick» de Pedro era Selma, y siempre daba resultado. El tío había picado enseguida y llevaban un rato «chateando». Mientras esperaba la respuesta, Pedro evitó, como tantas otras veces, mirar hacia el espejo.


Diagnóstico: Prosopografía (Descripción del aspecto físico externo de un personaje. Se opone a etopeya).


Flavia Company, Trastornos literarios, Páginas de Espuma, Madrid, 2011, pp. 83-84.

Instante, Federico Fuertes Guzmán

viernes, 11 de noviembre de 2011
Las dos caras del tiempo, R. R. Brannock

INSTANTE

A mi derecha, con un peso aproximado de noventa y seis kilogramos y un metro ochenta de estatura, toma un café solo Basilio Patiño, padre ejemplar hasta las ocho y veintitrés minutos de la pasada tarde cuando un camión se estrelló contra el automóvil en el que viajaba su hija. A mi izquierda, ochenta y cuatro kilogramos y metro setenta y uno, Ricardo Abadía, cuyo bolsillo trasero todavía guarda el pequeño cupón de cinco cifras, todas ellas coincidentes con las extraídas del bombo en el último sorteo, celebrado también a las ocho y veintitrés minutos.
Uno de ellos habla de ese instante como el último de su vida. Otro como el placentero inicio de una nueva existencia. Yo soy el instante y no estoy seguro de poder mantenerme imparcial en el combate a doce asaltos que han iniciado el horror y la dicha que Basilio y Ricardo pretenden asignarme.


Federico Fuertes Guzmán, Los 400 golpes, e.d.a., Benalmádena, 2008, p. 93.

Al teclado, Juan Romagnoli

miércoles, 9 de noviembre de 2011
AL TECLADO

El hombre escribía reconcentrado frente a la pantalla. Si los dos muchachos que irrumpieron en el departamento hicieron algún ruido, no lo advirtió. A tal punto, que dispusieron de varios minutos para hurgar en los muebles de la sala. Estaban armados. Luego ingresaron al escritorio pateando la puerta. El hombre se vio sorprendido e intentó reaccionar. Recibió algunos golpes y se tranquilizó. Los muchachos buscaban cosas de valor e insistían que dijera dónde guardaba el dinero.
—Un escritor no tiene dinero... —repetía él.
La hija abrió la puerta con su llave y entró. Los hechos ocurrieron abruptamente. Uno de los muchachos se asustó y le disparó al pecho. Cayó redonda. El otro debió contener a golpes al hombre, pero sólo pudo detenerlo con un culatazo de pistola en la nuca.
Dueños de la situación, se dedicaron a revisar el cuarto minuciosamente. Destruyeron todo. Finalmente, con las manos vacías, se marcharon.
Aturdido y dolorido, con sus últimas fuerzas, el hombre se arrastró hasta la mesa de trabajo, se estiró, tanteó el teclado y oprimió la tecla «deshacer».

La hija abrió la puerta con su llave y entró.
—Hola papá, ¿cómo estás...? —preguntó.
—Bien —dijo—; aquí, intentando escribir...



Juan Romagnoli
, Universos ínfimos, Tres fronteras, Murcia, 2009, página 37.

Disparate, Mario Benedetti

martes, 8 de noviembre de 2011
DISPARATE

En primera instancia somos un desatino y en última instancia un disparate. No sé quién se habrá ocupado de crearnos, tan indefensos, tan soberbios, tan inauditos, tan curiosos.
Sin embargo sin embargo y con embargo somos un misterio que está siempre en el borde del abismo. El universo sólo sabe burlarse de nosotros, nos abanica con la pantalla de la muerte como si fuera una novedad. ¡Si sabremos que el no existir existe!
Somos un disparate porque así y todo buceamos en la fe, buscamos el cielo cuando la lluvia lo desaparece y abrimos los brazos cuando las catástrofes nos cercan.
Somos un disparate porque elegimos el crepúsculo desde la terraza y nos metemos en la noche sin ninguna exigencia.
Aquí y allá enfrentamos paradojas, inventamos palabras de locura, paréntesis de ansiedad. Y así andamos, descalzos, por las piedras, sin que el alrededor nos haga mella.
Y mientras tanto, el mundo mudo nos contempla y el corazón nos sigue.
Qué disparate.




Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 55.

[Justo aquí...], Tomas Tranströmer

lunes, 7 de noviembre de 2011






Justo aquí ardió el sol...
Mástil de negra vela
de hace mucho tiempo.








Velas negras a medianoche, Joshua Kruger



Tomas Tranströmer, Deshielo a mediodía, Nórdica, Madrid, 2011, p. 211.

Moradas, Alejandra Pizarnik

domingo, 6 de noviembre de 2011


MORADAS

A Théodore Fraenkel


En la mano crispada de un muerto,
en la memoria de un loco,
en la tristeza de un niño,
en la mano que busca el vaso,
en el vaso inalcanzable,
en la sed de siempre.




Vaso con flores y pared, Antonio López


Alejandra Pizarnik, La extracción de la piedra de la locura. Otros poemas, Visor, Madrid, 2007, página 30.

Hilo dental, Federico Fuertes Guzmán

sábado, 5 de noviembre de 2011
El hilo de Ariadna, Orna Oren Izraeli

HILO DENTAL

Abra la boca, dice el dentista. Eso es. Un poco más. Esto le va a molestar un poco pero procure no moverse. Así, muy bien. Rrrrr. El torno gira y gira sobre el diente hasta que un delgado hilo distrae al dentista, que se desvía un milímetro de su objetivo. Y un milímetro en una boca es la distancia que separa el diente de la lengua. Ariadna da un salto y dice palabrotas e insultos. Lo siento, dice el doctor, pero he visto la punta de un hilo blanco que sale desde su garganta. Este hombre está loco, piensa la chica. No piense que estoy loco, dice el dentista, comprúebelo usted misma. Las manos del doctor tiran y tiran y la chica puede ver y sentir cómo la punta del hilo sale al exterior. Es blanco y no demasiado grueso. Le hace cosquillas en el fondo de la garganta. El dentista sigue tirando y los dos parecen asustados. La chica va sintiendo el habitual abandono de fuerzas que se produce como reacción a las situaciones inesperadas. Más hilo, cada vez más hilo que el dentista va depositando a sus pies. Cuando el hilo se acaba el dentista acerca el oído a la boca y siente un escalofrío. Se escucha el mugido de la bestia que se acerca lentamente, dispuesta a salir del encierro.


Federico Fuertes Guzmán, Los 400 golpes, e.d.a., Benalmádena, 2008, p. 102.

[Podemos memorizar...], Julio Ramón Ribeyro

viernes, 4 de noviembre de 2011
La memoria, René Magritte


Podemos memorizar muchas cosas, imágenes, melodías, nociones, argumentaciones o poemas, pero hay dos cosas que no podemos memorizar: el dolor y el placer. Podemos a lo más tener el recuerdo de esas sensaciones pero no las sensaciones del recuerdo. Si nos fuera posible revivir el placer que nos procuró una mujer o el dolor que nos causó una enfermedad, nuestra vida se volvería imposible. En el primer caso se convertiría en una repetición, en el segundo en una tortura. Como somos imperfectos nuestra memoria es imperfecta y sólo nos restituye aquello que no puede destruirnos.


Julio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas, Seix Barral, Barcelona, 2007.

[Tenemos que vivir..], Tomas Tranströmer

jueves, 3 de noviembre de 2011


Tenemos que vivir
con la nítida hierba
y las risas del sótano.



Tomas Tranströmer, El cielo a medio hacer, Nórdica, Madrid, 2010, página 196.

Criptomemorias, José Ángel Valente

miércoles, 2 de noviembre de 2011
Sol en una habitación vacía, Edward Hopper

CRIPTOMEMORIAS

Debiéramos tal vez
reescribir despacio nuestras vidas,
hacer en ellas cambios de latitud y fechas,
borrar de nuestros rostros en el álbum materno
toda noticia de nosotros mismos.

Debiéramos dejar falsos testigos,
perfiles maquillados,
huellas rotas,
irredentas partidas bautismales.

O por toda memoria,
una ventana abierta,
un bastidor vacío, un fondo
irremediablemente blanco para el juego infinito
del proyector de sombras.
_______________________Nada.
De ser posible, nada.



José Ángel Valente, Noventa y nueve poemas, Alianza, Madrid, 2001 (1981), p. 192.

Antorchas, Mario Benedetti

martes, 1 de noviembre de 2011
Pesca con antorchas, David Gallegos

ANTORCHAS

Los años corren, simulan que se detienen y vuelven a correr, pero siempre hay alguien que en medio de la oscura perspectiva alza una antorcha que nos obliga a ver el lado íntimo de las horas. Esa tea reveladora sabe apreciar la belleza de lo feo, el pudor de lo impúdico, la ausencia de algún dios, el edén de los lagos.
La antorcha puede ser una idea, pero también una primicia. Una palabra, pero también una tregua, una quietud. Su llama nos llama sin poner condiciones. Con ella nos acercamos a los árboles desnudos, iluminamos a los pelícanos acuáticos, con su lomo bermejo y sus patas palmeadas, y también a las palomas mensajeras, que hacen un alto en lo más alto de las abadías.
La antorcha alumbra sin remordimientos, porque es pura, está sola y es la disculpa del invierno. También es el estupor de los niños: los fascina y persuade más de que la chispa eléctrica. Todos tenemos una antorcha propia, y cada una distinta de las otras. Con ella se puede llegar al río, aun después del crepúsculo.
La antorcha sólo tiene un enemigo, y es la lluvia de cielo.


Mario Benedetti, Vivir adrede, Alfaguara, Madrid, 2008, p. 21.