[Como fuera del tiempo], Julio Cortázar

martes, 31 de marzo de 2015
Mesa negra (Homenaje a Duke Ellington), Jack Whitten


   El camarero le trajo un anisado con hielo y le preguntó si más tarde querría almorzar, sin apuro porque servían hasta las dos. Diana dijo que daría una vuelta por el pueblo y que volvería. «No hay mucho que ver», le informó el camarero. Le hubiera gustado contestarle que tampoco ella tenía muchas ganas de mirar, pero en cambio pidió aceitunas negras y bebió casi bruscamente del alto vaso donde se irisaba el anisado. Sentía en la piel una frescura de sombra, algunos parroquianos jugaban a las cartas, dos chicos con un perro, una vieja en el puesto de periódicos, todo como fuera del tiempo, estirándose en la calina del verano. Como fuera del tiempo, lo había pensado mirando la mano de uno de los jugadores que mantenía largamente la carta en el aire antes de dejarla caer en la mesa con un latigazo de triunfo. Eso que ella ya no se sentía con ánimo de hacer, prolongar cualquier cosa bella, sentirse vivir de veras en esa dilación deliciosa que alguna vez la había sostenido en el temblor del tiempo. «Curioso que vivir pueda volverse una pura aceptación», pensó mirando al perro que jadeaba en el suelo, «incluso esta aceptación de no aceptar nada, de irme casi antes de llegar, de matar todo lo que todavía no es capaz de matarme». Dejaba el cigarrillo entre los labios, sabiendo que terminaría por quemárselos y que tendría que arrancarlo y aplastarlo como lo había hecho con esos años en que había perdido todas las razones para llenar el presente con algo más que cigarrillos, la chequera cómoda y el auto servicial. «Perdido», repitió, «tan bonito tema de Duke Ellington y ni siquiera me lo acuerdo, dos veces perdido, muchacha, y también perdida la muchacha, a los cuarenta ya es solamente una manera de llorar dentro de una palabra».


Julio Cortázar, "Fin de etapa", Deshoras, Alfaguara, Madrid, 1996, pp. 25-26.
 

Nuevos motivos por los que los poetas mienten, Hans Magnus Enzensberger

sábado, 28 de marzo de 2015
André Kertész


NUEVOS MOTIVOS POR LOS QUE LOS POETAS MIENTEN

Porque el instante
en que la palabra feliz
se pronuncia
no es nunca el instante de la felicidad.
Porque los labios del sediento
no hablan de sed.
Porque por boca de la clase obrera
nunca oiréis las palabras clase obrera.
Porque el desesperado
no tiene ganas de decir
«estoy desesperado».
Porque orgasmo y Orgasmo
son incompatibles.
Porque el moribundo, en lugar de decir,
«me estoy muriendo»
no emite más que un ruido sordo
que nos resulta incomprensible.
Porque los vivos
son los que rompen el tímpano de los muertos
con sus terribles noticias.
Porque las palabras acuden siempre demasiado tarde
o demasiado pronto.
Porque de hecho es otro,
siempre otro,
el que habla,
y porque aquel de quien se habla
calla.


Hans Magnus Enzensberger, El hundimiento del Titanic, Anagrama, Barcelona, 2015, p. 51.
 

Acuarela, Julio Llamazares

jueves, 26 de marzo de 2015
Árboles (acuarela), Matthias Fayos


ACUARELA

Tu infancia espera bajo los árboles que plantaste para recordarla un día.

Por las mañanas se abre como una flor.


Julio Llamazares, Versos y ortigas (Poesía 1973-2008), Hiperión, Madrid, 2009, p. 109.
 

Custodiado por la vigilia, Pablo Flores Chavez

miércoles, 25 de marzo de 2015
El mar al anochecer, Emil Nolde



CUSTODIADO POR LA VIGILIA

Pasada la marchitez del agua sobre este furor saciado del perenne cauce,
devendrá el dominio de mi voz para sucumbir la brevedad del cristal custodiado.

Como altar sin nombre,
la ausencia pasará por forma de retorno.

Cavar
no será nuestra respuesta
sin la premonición del tacto al fuego.



Pablo Flores Chavez, Cesado el nombre, El Ángel Editor,  Quito, 2013, p. 70.
 

[Escribo a máquina...]

martes, 24 de marzo de 2015


Escribo a máquina.
Un mirlo se entreteje
en contrapunto.
 

[Hacer y sufrir...], Hannah Arendt

domingo, 22 de marzo de 2015
La caja de Pandora, René Magritte


   Hacer y sufrir son como las dos caras de la misma moneda, y la historia que un actor comienza está formada de sus consecuentes hechos y sufrimientos. Dichas consecuencias son ilimitadas debido a que la acción, aunque no proceda de ningún sitio, por decirlo así, actúa en un medio donde toda reacción se convierte en una reacción en cadena y donde todo proceso es causa de nuevos procesos. Puesto que la acción actúa sobre seres que son capaces de sus propias acciones, la reacción, aparte de ser una respuesta, siempre es una nueva acción que toma su propia resolución y afecta a los demás. Así, la acción y la reacción entre hombres nunca se mueven en círculo cerrado y nunca pueden confinarse a dos partícipes. Esta ilimitación es característica no sólo de la acción política, en el más estrecho sentido de la palabra, como si la ilimitación de la interrelación humana sólo fuera el resultado de la ilimitada multitud de personas comprometidas, que podrían escaparse al renunciar a la acción dentro de un limitado marco de circunstancias; el acto más pequeño en las circunstancias más limitadas lleva la simiente de la misma ilimitación, ya que un acto, y a veces una palabra, basta para cambiar cualquier constelación.


Hannah Arendt, La condición humana, Seix Barral, Barcelona, 1974, pp. 251-252.
 

Nubes, José Emilio Pacheco

viernes, 20 de marzo de 2015



 Kansuke Yamamoto

NUBES

Estas nubes inmóviles se irán
dentro de poco tiempo,
cuando lo quiera el viento
y entonces
se quedarán la tarde y el bosque
ya sin testigos,
frente a frente y mirándose.


José Emilio Pacheco, La arena errante, Era, México D.F., 2005, p. 47.
 

[Ser lectores], Michel Houellebecq

martes, 17 de marzo de 2015
 Ojos en la mesa, Remedios Varo


   Minados por la obsesión cobarde de lo politically correct, pasmados por una marea de pseudoinformación que les proporciona la ilusión de una modificación permanente de las categorías de la existencia (ya no se puede pensar lo que se pensaba hace diez, cien o mil años), los occidentales contemporáneos ya no consiguen ser lectores; ya no logran satisfacer la humilde petición de un libro abierto: que sean simplemente seres humanos, que piensen y sientan por sí mismos.
   Con mayor motivo, no pueden desempeñar ese papel frente a otro ser. No obstante, tendrían que hacerlo: porque esta disolución del ser es trágica; y cada cual, movido por una dolorosa nostalgia, continúa pidiéndole al otro lo que él ya no puede ser; cada cual sigue buscando, como un fantasma ciego, ese peso del ser que ya no encuentra en sí mismo. Esa resistencia, esa permanencia; esa profundidad. Todo el mundo fracasa, por supuesto, y la soledad es espantosa.


Michel Houellebecq, El mundo como supermercado, Anagrama, Barcelona, 2005, pp. 67-68.
 

[Mientras las palabras salgan...], Samuel Beckett

domingo, 15 de marzo de 2015


   Mientras las palabras salgan nada cambiará, ahí están las viejas palabras sueltas aún. Hablar, no hay más, hablar, vaciarse, aquí como siempre, no hay más. Pero las palabras se agotan, es verdad, esto cambia todo, salen mal, malo, malo. O es el temor de llegar a las últimas palabras, de saldar las cuentas, antes del fin, no, porque ese sería el fin, a fin de cuentas, no es seguro. Tener que gemir, sin poder hacerlo, ay, más vale reprimirse, acechar la buena agonía, es engañosa, creemos estar en ella, aullamos, resucitamos, aullidos benéficos, mejor callarse, es el único medio si se quiere reventar, no decir ni pío, reventar quebrándose de imprecaciones reprimidas, explotar mudo, todo es posible, la continuación.


Samuel Beckett, "Textos para nada", Relatos, Tusquets, Barcelona, 2009, p. 86.
 

[La alegría], Henry Miller

viernes, 13 de marzo de 2015
El malentendido, Daniel Richter


     Las lágrimas son más fáciles de soportar que la alegría. La alegría es destructiva: pone violentos a los demás. «Llora y llorarás solo...», ¡qué mentira es eso! Llora y encontrarás un millón de cocodrilos para llorar contigo. El mundo no deja nunca de llorar. El mundo está empapado en lágrimas. La risa es harina de otro costal. La risa es momentánea... pasa. Pero la alegría es como una hemorragia extática, una satisfacción excesiva y vergonzosa que se derrama por cada poro de tu ser. No puedes alegrar a la gente simplemente estando tú alegre. Tiene que ser uno mismo quien engendre la alegría: es o no es. La alegría se basa en algo demasiado profundo para ser entendido y comunicado. Estar alegre es ser un loco en un mundo de fantasmas tristes.


Henry Miller, Sexus, Edhasa, Barcelona, 2004, p. 40.
 

[El momento adecuado para actuar], Slavoj Žižek

martes, 10 de marzo de 2015
 Anna & Elena Balbusso


   Uno tiene que saber esperar, sin perder la paciencia: si uno actúa demasiado rápido, el acto se vuelve un passage à l'acte, una violenta huida hacia delante para evitar el callejón sin salida. Si uno pierde la ocasión y actúa demasiado tarde, el acto pierde su cualidad de acontecimiento, de una intervención radical a consecuencia de la cual «nada permanece como estaba», y se convierte sólo en un cambio local dentro del orden del ser, parte del curso normal de las cosas. El problema es, por supuesto, que un acto siempre ocurre simultáneamente demasiado rápido (las condiciones nunca son las adecuadas, uno tiene que sucumbir a la urgencia de intervenir, nunca hay tiempo suficiente para cálculos estratégicos, el acto tiene que contar con la certeza y el riesgo de que retroactivamente establecerá sus propias condiciones) y demasiado tarde (la urgencia misma del acto señala que hemos llegado demasiado tarde, que siempre deberíamos haber actuado ya; cada acto es una reacción a circunstancias que surgieron porque tardamos demasiado en actuar). En resumen, el momento adecuado para actuar no existe: si esperamos el momento adecuado, el acto queda reducido a un hecho en el orden del ser.


Slavoj Žižek, Acontecimiento, Sexto Piso, Madrid, 2014, pp. 102-103.
 

[Se llamaba Franca...], Andrés Neuman

domingo, 8 de marzo de 2015
 Kansuke Yamamoto


   Se llamaba Franca y tenía dieciséis años recién cumplidos. Estudiaba flauta. Dulce.
   Un día faltó a la clase y no avisó. Qué raro, pensó mi padre. A la semana siguiente, ella seguía sin venir. Qué raro, decía mi padre, a lo mejor se cansó de las clases, a esta edad dejan de pronto, ¿no? En su casa contaban que había salido con unos amigos y que no habían vuelto. La chica no había vuelto pero tenía que estar en alguna parte, las personas no dejan de existir de un día para el otro sin dejar rastro. Casi sin darse cuenta, mis padres habían empezado a mencionar su nombre en voz baja. Shh. Las paredes estaban escuchando.
   Se llamaba Franca y tenía dieciséis años recién cumplidos.


Andrés Neuman, Una vez Argentina, Alfaguara, Madrid, 2014, p. 44.

[Árbol sin hojas]

viernes, 6 de marzo de 2015
Árbol en inviernoDavid Stone

Árbol sin hojas:
el cielo, ese vacío
que va rasgando.
 

[Agotadores, los recuerdos...], Samuel Beckett

miércoles, 4 de marzo de 2015


   Agotadores, los recuerdos. Por eso no hay que pensar en ciertas cosas, cosas que te importan, o mejor sí, hay que pensar en ellas, porque si no pensamos en ellas corremos el riesgo de encontrarlas, en la memoria, poco a poco. Es decir, hay que pensar durante un rato, un buen rato, todos los días y varias veces al día, hasta que el fango las recubra, con una costra infranqueable.


Samuel Beckett, Relatos, Tusquets, Barcelona, 2009, p. 31.
 

[El único vínculo], Henry Miller

lunes, 2 de marzo de 2015


   La muerte siempre está presente, afirmaba. La muerte está al acecho en rincones obscuros, esperando el momento oportuno de alzar la cabeza y asestar el golpe. Según decía, ése es el único vínculo auténtico que tenemos: la constante presencia de la muerte siempre en todos nosotros.


Henry Miller, Sexus, Edhasa, Barcelona, 2004, pp. 99-100.
  

[Por qué no se hicieron las preguntas], Rodrigo Hasbún

domingo, 1 de marzo de 2015


   Quizá es inevitable arrepentirse, preguntarse una y otra vez por qué no se hicieron las preguntas que era imprescindible hacer, reprocharse el miedo a herir o a entrometerse, quizá una o dos respuestas hubieran ayudado a entender mejor la vida de un hombre, saber qué hizo con su tiempo, de qué estaban hechos sus afectos, pero lo más probable es que ni eso ni nada hubiera bastado.


Rodrigo Hasbún, "Huida", Los días más felices, Duomo, Barcelona, 2011, p. 102.